Tengo un amante de la música en casa, con un gusto muy específico por las canciones infantiles y el rock; un amante del helado de chocolate, de las papas fritas, de la rutina estructurada y de las caminatas vespertinas haciendo exactamente el mismo recorrido tomado de mi mano.
Tengo un pequeño que con pocas palabras me logra explicar lo maravilloso y lo abrumador que puede ser el mundo cuando le presta toda la atención a un pajarito y ninguna a mis instrucciones. Él posee una memoria impresionante que recuerda las palabras exactas de la página del libro que le leí ayer, mientras no sabe responderme en dónde dejó el pachón que acaba de usar.
Y yo solamente quiero tomarlo de la mano y acompañarlo mientras descubre cómo vivir en este mundo tan extraño.
Mi niño maravilloso es mi maestro sin darse cuenta: es como colonizar una galaxia recién descubierta, llena de sueños, ilusiones, miedos, esperanzas y anhelos. Un mundo nuevo en el que el aprendizaje tiene su propio ritmo, el lenguaje se desarrolla a su propio tiempo pero el amor crece sin detenerse y a toda prisa.
Mi pequeño viaja entre su mundo y el mío, y en mi afán de enseñarle a conectarse con este mundo, él me demostró que solo se requiere amor para que podamos entendernos.
