Un descanso. Es un regalo sin empacar. Todos los días, aún los de las rutinas de las que nos quejamos con frecuencia, están llenos de señuelos que apuntan Al que nos ama para siempre; si sabemos observar: el color del reflejo en las nubes, el vendedor que apila las fresas como arte, el sabor de la limonada bien hecha y el ritmo de la cola del perro callejero. Todo tiene Autor y un porqué, pero a menudo nos lo perdemos porque no nos hemos entrenado la mirada del corazón y se nos pierde Su belleza a plena vista. Vemos sin ver.
Pero hay días… que vienen diseñados para que no lo podamos esquivar. Es eso inexplicable que se siente al estar sentados a la orilla del mar. O al observar sin distracciones a esa nena en su recital de ballet. Esa gratitud mezclada con amor colosal que sube con efervescencia hasta la garganta y forma un nudo. Eso que no se puede explicar, es un empujón hacia Él.
Ese lugar perfectamente feliz que añoramos estirar, tiene propósito.
Detesto cierta valla publicitaria que año tras año dice básicamente que los niños son monstruos estorbosos que deben ser removidos para que continuemos con nuestras rutinas egoístas. Cursos de vacaciones que se venden no como oportunidades de gozar bellezas que la rutina escolar no deja, sino como plan desesperado para deshacerse de los hijos.
Los días de descanso deberían tratarse de re-enfocarnos en la bondad del que no se cansa de seguirnos. Las vacaciones no deberían ser tanto de negar la realidad sino de celebrarla; deberíamos salir de esos días renovados, no porque vivimos una fantasía, sino porque nos fijamos mejor -mucho mejor- en el que no podría ser más verdad.
¿Qué ven nuestros niños a través de nuestros ojos? ¿Al Señor y su creatividad, amor y cuidado en cada vuelta? Pidamos a Él que abra los ojos de nuestro corazón, para poder vivir atentos y asombrados de su belleza, para luego apuntar a nuestros niños en esa dirección y entrenarlos en la gratitud y asombro. Esos días de pausa lo permiten.
Por eso descansar es un mandato, porque desenfocarnos de Él, es un riesgo que no podemos costear.