Hay un estudio que hizo la Universidad de Navarra en el que se habla acerca de la autoridad de los padres en la vida de los hijos adolescentes. Aunque habla de cosas muy bonitas, hubo dos puntos que llamaron poderosamente mi atención:
El primero es que los padres tenemos la autoridad otorgada en el momento que nacen nuestros hijos. En ese momento nos es dada como por arte de magia una cuota de autoridad suficiente como para criarlos bien… está en nosotros el mantenerla, aumentarla o perderla.
Eso me pareció muy interesante: el saberte autoridad por el simple hecho de ser padre y tener conciencia de que no tenemos que ganarla bajo méritos propios.
Y el segundo punto que llamó mi atención es que se aprende a ser una autoridad, ejerciéndola… ¡así mero! Nadie nace sabiendo ser un manda más y se aprende ¡haciéndolo!, ¡me encantó la idea! Es mejor mandar inseguras que no mandar.
Y mandando bien, de forma acertada y útil se gana algo que se llama “prestigio” que es lo que fundamenta toda la autoridad en los adolescentes genZ.
Cuando una mamá manda habitualmente y ordena a sus hijos cosas buenas, útiles y correctas se gana el prestigio ante los adolescentes y así la fiesta camina en paz porque para ellos es fácil aceptar una figura de autoridad que está bien respaldada por el prestigio que le precede.
Lo complicado es cuando nuestros adolescentes se empiezan a dar cuenta de nuestros defectos más vergonzosos y nos toca guiar, ordenar y orientarlos en sus vidas a pesar de nuestras propias debilidades que son evidentes ante ellos. En ese momento, no nos queda otra que hacer de tripas corazón, declararnos completamente Imperfectas frente a ellos y el mundo entero y seguir ejerciendo la autoridad que hemos adquirido por el simple hecho de ser madres.
Por eso, de hoy en adelante seré igual de mandona solo que ¡sin pena!