Hace unas semanas iba en el carro con uno de mis hijos y de la nada sacó a conversación un tema…  El muchachito me dijo:

– Ma, ¿sabes que si es bien incómodo? Cuando llega alguien y empieza a drogarse frente a ti.

Yo con cara de mamá escandalizada, porque así estaba, me volteé y le pregunté: ¿cómo así? Entonces, me contó:

– “Fíjate que hace como un mes estábamos con aquellos (o sea sus amigos)  cuando fuimos a  no sé dónde y el Fulanito que llevaba tiempo de no salir con nosotros pidió un encendedor y prendió su churro de marihuana.  Al rato se puso bien “high” y  nos contó lo que sentía y que pasaba cuando uno fuma de eso… La verdad es que nada que ver, pero ni modo, cada quien sabrá que hace”.

Yo solo lo escuché, un poco para ver que tanto marketing habían hecho y también porque quería ver cuál era su criterio personal en  el tema.

Hay que aceptarlo, una cosa es lo que se saben de teoría (la que hemos metido en su cabeza como comandos imperativos a base de repetición de argumentos) y, otra es cómo la aplican en momentos de presión de grupo por no parecer nagüilones.

Al final me paró contando que tres del grupo, él incluido, se habían ido a otro lado para buscar algo más que hacer. Yo, como mamá gallina y tratando de asimilar lo que acababa de escuchar, solo le pregunté:

¿En algún momento te ofreció? 

Al final del día lo que buscamos los papás en general es educar a nuestros hijos para que, libremente, puedan reaccionar de la forma correcta.  Los muchachitos están expuestos a todo tipo de riesgos y negarlo es como vivir en una fantasía.

Pero en carne propia, cuando le toca a tus hijos, no es nada agradable.

Al mismo tiempo pienso que negar  permisos  o pretender que se abstraigan del mundo no puede ser la solución. Mi idea siempre ha sido educar a mis hijos para que sean libres, para que escojan lo mejor para ellos.  Pero eso tiene un riesgo espantoso para las mamás… y es que algunas veces, ¡no lo hagan!

En mi casa no somos muy partícipes de permisos dados o quitados de una forma impositiva, normalmente lo que hacemos es evaluar con los adolescentes los pros y contras de ir o no a algún lugar o evento y juntos tomamos la decisión con la que todos nos sintamos  más cómodos.

Aunque hay permisos que ni siquiera se discuten, esos que son totalmente salidos del guacal. Simplemente se da una instrucción directa, como máxima autoridad, y no hay vuelta atrás.  Pero si se ha hablado anteriormente de nuestra forma de pensar con  los adolescentes, saben qué pueden preguntar y qué temas mejor ni intentan.

Ese día, porque Dios es bueno y oye todas las rezadas de esta mamá imperfecta, mi hijo pudo reaccionar bien. Pero la libertad es un riesgo que tengo  que tomar para que, la teoría de la formación de la persona libre, funcione.  (Mi teoría por lo menos)

Después de la plática con este patojo pensaba en una reunión a la que fui hace  tiempo con algunas mamás, para conversar sobre la mejor manera de parar las parrandas desenfrenadas de los futuros graduandos. Unas mamás tenían la postura  de sabotear las fiestas que inducen a los patojos y patojas a portarse mal.  Empezando porque los papás no se enteran de todo lo que hacen y argumentando que son ilegales, ya que no se puede dar licor a menores de edad.

Otras mamás eran partidarias de un acompañamiento cercano pero evitando las prohibiciones.

Decían que es una etapa que de todas maneras van a vivir y que es mejor que lo experimenten acompañados, a que lo hagan en escondidas o con la autorización de otros papás que no piensan igual. Que lo mejor es estar presentes e involucrarse pero, sin prohibir.

Honestamente considero que es un tema en el que nunca se va a llegar a consenso, pero cualquier mamá y papá que se sienten a dialogar la mejor manera de educar a su hijo y dediquen tiempo a estar con él, tienen la batalla ganada.

En mi vida no he visto a ninguna persona adulta que haya tenido una relación cercana a papás conscientes y con intención de hacer las cosas lo mejor posible,  que no sea buena.

El problema es cuando como padres decidimos no enterarnos y hacemos como las avestruces, negamos cualquier problema en nuestros hijos y nos volvemos padres inaccesibles a sus rollos mentales por nuestras propias actitudes ante sus conversaciones, o por el contrario, queremos ser tan cercanos y tan cool que nos creemos sus “amigos” y dejamos que nos jueguen la vuelta.

A mi criterio, los papás aunque tratemos, NUNCA seremos amigos de nuestros hijos adolescentes, ¡somos sus papás! Ellos buscan, naturalmente, retar  la autoridad y brincarse las reglas, eso es parte de su desarrollo. Por más que nuestras reglas sean muy relajadas, ellos buscarán romperlas.

En fin, hay cosas que son innegables.

A los papás de la Generación Z nos toca aprender a manejar adolescentes con libre acceso al alcohol, drogas, porno, sexo, etc.  Con la adicción a los videojuegos a la vuelta de la esquina y con  una forma  de comunicación completamente distinta a la nuestra. (Últimamente hice un experimento y concluí que la mejor manera de llamar a comer en mi casa es mandando un “meme anuncio” al chat familiar).

Pero también nos toca educar a los adolescentes en la era que tienen la biblioteca mundial en la palma de la mano, en la época de los tutoriales… son los maravillosos autodidactas. La información que quieran al alcance de un clic. La conciencia social a flor de piel y el voluntariado como forma de vida.

Debemos reconocer que el que no es genio en esta era, no lo es simplemente porque no quiere o no tiene los hábitos necesarios para poder desarrollar sus capacidades al máximo.

Nuestra meta debería  ser que nuestros GenZ decidan voluntariamente rechazar las cosas que no les convienen y abrazar las maravillas que tienen a su alcance.

Mujer, esposa, madre de cuatro niños, hija, amiga, hermana, tía. Imperfecta, alegre, enamorada.