Siempre había pensado que tener un hijo con una discapacidad era más difícil que tener un hijo convencional, y tenía razón.
Recuerdo un día, María tenía menos de un mes de nacida, yo estaba en la cama y mi hermana llegó muy temprano a verme, vio que en mis mejillas recorrían unas lágrimas silenciosas y solo me tomó la mano sin decir nada. Yo le dije “Marta, hubiera sido más fácil que María naciera sin Síndrome de Down”, ella me vio y me dijo “¡Claro!, pero no fue así».
La vida te pone muchos retos a superar, a veces no quieres enfrentarlos, a veces peleas porque a ti te tocó un reto difícil y crees que solo tú tienes esa dificultad. Pero en realidad todos tenemos distintos retos, distintas montañas que escalar, y distintos aprendizajes para tu vida.
En mi caso, al tener a María con Síndrome de Down se requiere mucho tiempo, paciencia, fe, confiar y dejar que su desarrollo vaya evolucionando a su propio ritmo. Se le dan terapias de lenguaje, terapia de educación especial, estimulación sensorial y mucha estimulación por medio del juego. Todo esto es la constante que hace que María responda positivamente y vaya desarrollando un sentido de pertenencia, de apego, de confianza en sí misma y de seguridad.

Lo que se requiere puede sonar algo pesado o cansado, pero te acostumbras a tus responsabilidades, se vuelve parte de tus tareas diarias y empiezas verlo de una manera positiva, entusiasta, porque sabes que lo que hagas hoy será el resultado de mañana. Además es importante que lo disfrutes. Es lindo ver las respuestas de María ante una nueva actividad, lo que se emociona cuando ya logra hacer algo nuevo, cuando disfruta sus terapias y ¡las pide!
Ya han pasado 4 años desde aquel diagnóstico aterrador, aquel que no imaginé escuchar porque era ignorante en el tema y en un inicio pensé que era una mala noticia. ¡Qué equivocada estaba!
Al tener esta maravillosa experiencia con María hay muchos aprendizajes…
María vino a darme la lección más grande y es que la discapacidad más grande es creer que no puedes, ella todos los días nos demuestra las enormes capacidades que tiene. Ella quiere hacer las cosas sola, quiere demostrar que puede hacerlo, no permite que la ayudemos sin ella antes intentarlo sola y cuando necesita ayuda, sin orgullo la pide. A ella le encantan las porras y ¿a quién no? Siempre la hemos motivado, le hemos aplaudido sus logros y ella siente mucha satisfacción, se le ve en su carita un sentimiento de orgullo propio. Yo siempre le he cantado y me he inventado canciones para todo… una de ellas se trata de que ella puede. Es un mantra diario. Yo le digo tú puedes María y ella me responde ¡yo puedo!
He aprendido de María que no es más importante la velocidad como la constancia. Me refiero a que ella tiene un ritmo propio y no importa qué tan rápido llegue a la meta, importa más el esfuerzo, la constancia, la perseverancia, pues en ese proceso disfrutas más y al final aprendes que los logros llegan.
Con María he aprendido de asertividad. Ella sabe lo que quiere, sabe pedirlo y sabe decir que no.
Claro los niños de 3 – 4 años dicen mucho que no, pero María lo dice cuando verdaderamente no quiere. Si le digo “¡María enséñale a tu abuelita el abecedario!” si no quiere, no hay fuerza humana que la convenza… ni porque le ofrezca algo que le guste. Ella no hace las cosas por complacer a los demás, lo hace cuando le nace y cuando tiene ganas. ¡Qué liberador ser así! Muchas veces decimos que sí aunque no queremos, o no sabemos cómo decir que no y en ese enredo quedamos atrapados.
María es la mejor aprendiz, intenta muchísimas veces antes de lograrlo y no se rinde, confía en sí misma. Para ella no existe el no puedo, tienen una curiosidad por saber cómo funciona el mundo, se asombra de las cosas más pequeñas o simples, observa sin prisa, ríe y ama sin medida. Al final si te pones a pensar tus hijos son pequeños maestros, que nos dan lecciones de vida y muchas veces nos muestran cual es el camino. Y tú ¿qué has aprendido de tu/s hijo/s ?
