Antes que naciera María, tenía muy pocos conocimientos del Síndrome de Down. De chica miraba los anuncios de Olimpiadas Especiales. Recuerdo una noche que estábamos viendo tele con mis tres hermanos. Yo tenía 11 años y durante uno de los spots dije: “Son feos”. Mi hermano Pablo que tenía 14 años, me respondió con un tono de compasión y respeto: “No son feos, Baby; solo son diferentes, además a ellos les cuesta más que a nosotros hacer las cosas y mire todo lo que pueden lograr”. Me sentí mal por lo que dije, me quedé callada y sus palabras me hicieron reflexionar. Un mes más tarde, mi hermano falleció en un accidente, es por eso que no olvido este suceso. Fue mi hermano el que me abrió los ojos e hizo que me diera cuenta que lo diferente no es malo ni feo.
Pasaron los años y leí un artículo sobre el Síndrome de Down, aprendí mucho pero aun así no tenía amigos, familiares o conocidos que tuvieran en su familia a alguien con SD.
Hace tres años conocí a una clienta muy linda, desde un inicio nos entendimos súper bien, ella quería un foto mural para su hijo de 18 años. Me dijo que a él le encantaba la música y quería que el mural tuviera relación con esta. Entonces vimos opciones y le mencioné algunas ideas, encontramos un concierto en blanco y negro… ¡era una súper idea! De repente, de forma casual me dijo: “Mi hijo tiene Síndrome de Down, le va a encantar su mural… lo sé”. Recuerdo haber pensado lo duro que debió ser para ella, sacarlo adelante. Pasaron las semanas y llegó mi clienta con su hijo. Después de saludarnos y de haberlo presentado le pregunte ¿te gustó tu mural? Y con una sonrisa en su rostro me dijo que sí. Se fueron y pensé: ¡qué lindo muchacho!
La tienda de decoración en la que trabajaba cerró sus puertas y dejé de tener contacto con mi clienta. Un día coincidimos y con gran emoción le conté de mi embarazo, ella me felicitó con un fuerte abrazo. Nunca imaginé que compartiríamos la misma experiencia de tener un hijo con SD. Cuando María tenía dos meses, pensé en ella y le escribí un mensaje contándole el diagnóstico.
Días después, nos visitó y sus palabras fueron: “¡Está hermosaaaaa Luz!, mírela cómo es de activa, de atenta, de fuerte, le va a costar menos su desarrollo, ya va a ver, se va a recordar de mí». Sus palabras fueron reconfortantes, pues yo no tenía idea de absolutamente nada. Ella era la única persona que conocía que tenía una historia y una referencia de lo que vendría en el camino para mí y para María, la única que podía decirme o contarme más al respecto.
Aunque no me dio ninguna información, con el tiempo me di cuenta del porqué. Llegué a la conclusión de lo distinto que puede ser el desarrollo para cada bebé, todos los chicos son diferentes aun teniendo la misma condición. Cada uno tienen sus habilidades, su personalidad y sus retos. Además depende también de muchos factores: el tiempo dedicado, las terapias continuas, la estimulación diaria, el amor, la aceptación, la familia etc.
Entendí que todos los bebés marcan su paso, tienen su propio ritmo y no puedes comparar a tu hijo con nadie. No espero que María se comporte igual a sus compañeros. María es única e irrepetible… ¡no la cambio por nada!