En enero de este año, María comenzó la aventura de su vida escolar. Ya tenía 2.8 años y necesitaba que empezara a aprender a convivir con otros chicos; sabía que este tipo de aprendizaje no se lo podía dar yo, pues aunque le daba una enseñanza integral en su estimulación diaria, el colegio haría que María desarrollara otras habilidades como seguir instrucciones, esperar su turno, trabajar en grupo, jugar con otros etc.
Tenía una semana diciéndole a María que ya era una niña grande y que iba a ir a su colegio. No sé realmente si ella me estaba entendiendo, pero yo le estaba preparando el terreno.
El primer día de colegio María no sabía a qué iba, yo le había contado que ya iría al colegio con sus amigos y que mamá pasaría por ella después. Como esto era un acontecimiento tan importante, me estacioné y la lleve a la puerta, allí ya estaba su papá esperando para verla volar, para darle su bendición y que ella supiera que nosotros estábamos muy orgullosos de ella.
María tenía una sonrisa grabada en su rostro, estaba súper feliz, con su mochila en la espalda. La Miss la saludó, la cargó y le dijo “despídete mi amor, ya nos vamos” ella se despidió y la dejamos. Sentimos nuestro corazón arrugado, teníamos el impulso de seguir a la maestra hasta su clase, de quedarnos un ratito más, de ver de la ventana hacia adentro para saber cómo estaba, pero sabíamos que esto era absurdo. En silencio nos vimos a los ojos y ambos los teníamos vidriosos.
Fui por ella 4 horas después, me estacioné para que cuando ella me viera, corriera a abrazarme…. Nada más alejado de la realidad. Caminó hacia mí muy seria, la abracé y no recibí respuesta, estaba de lo más sentida conmigo, no me dijo ni “pío”. Yo de lo más emocionada preguntando cómo le había ido, si había jugado con sus amigos y qué tal le habían parecido sus maestras, pero nada de nada.
Le tomo media hora volver a comunicarse conmigo.
El segundo día la preparé para el colegio, la llevaba en el carro contándole que iría de nuevo… solo vio la entrada a su cole y empezó a llorar. Me dio muchísima ternura pues ella ya se había fijado en el camino y al ver la entrada supo que otra vez me separaría de ella. Al irla a traer su expresión era de enojo, la podía ver desde el retrovisor, me volteó la cara y no quería tener ningún contacto visual conmigo, me estaba castigando. Con entusiasmo le pregunte cómo le había ido, si había comido, si había jugado, etc., y claro no me respondió nada.
Tercer día: la preparé para ir a su cole, bañadita, arregladita y ya desayunada la meto al carro y le digo, ¿vamos al cole?, ¿quién quiere ir al colegio? No me respondió nada y antes de llegar a la entrada de su colegio, en la calle principal ya había recordado el camino y sabía que otra vez la dejaría allí, empezó a llorar. Al dejarla, me percaté que sus compañeros tampoco estaban de acuerdo en ir al colegio, lloraban y otros por empáticos al ver a sus compañeros, también empezaban a llorar.
La llegué a recoger y esta vez le saque una sonrisita tipo la Mona Lisa, apenitas. No quería ceder pero finalmente ella por dentro se sentía contenta, le había ido muy bien, según la maestra.
Yo solo pensaba en lo importante de este gran paso a su independencia, la aceptación de un cambio en la rutina de un niño es un proceso y más cuando se separa de la madre de un día para otro. Yo estaba firme en mi decisión de mostrarle con alegría que el colegio era lo mejor, que allí estaría súper feliz. Había leído que los niños perciben los sentimientos de su madre aun sin palabras, sin expresiones, solamente saben si uno está triste, angustiado, enojado, o aprehensivo. Es por eso que yo la preparaba para ir al colegio con mucho entusiasmo, con seguridad, diciéndole cosas como “¡vamos al colegio!”, “¡qué alegre, ya vas a ver a tus amigos!”, “¿qué levante la mano quien quiere ir al colegio?”, mientras inventaba canciones…
En el cuarto día de colegio, me percate que ya no lloró, supo a donde la llevaba pero estaba tranquila, la bajaron con mucho cariño y ella buscó mi mirada y con una sonrisa levanto su mano y se despidió.
Cuando llegué a recogerla, ella corrió a abrazarme y nos fuimos al carro, le pregunté cómo le había ido, y por primera vez me dijo… “¡¡¡bien!!!”, y con alegría. ¡Wow! estaba impresionada, pensando en lo que había pasado… ¡María ya estaba cómoda en quedarse sin mí! Y así fue como el cuarto día María, mostró su independencia y su individualidad.