Antes que nada quiero contarles cómo está formada mi familia. Mi esposo en su primer matrimonio tuvo una maravillosa niña llamada Daniela, quien hoy tiene 21 años. Yo soy su segunda esposa, y juntos tenemos 3 hijos: Gabriel de 15 años, Camila de 14 años y María de 2 años.
Cuando María nació y nos dieron el diagnóstico de que tenía Síndrome de Down, nosotros como padres no supimos cómo decirles a nuestros hijos, aún teníamos la tristeza, el miedo y el asombro que conlleva recibir esta noticia. Pasaron los días, pasaron las semanas y nuestros chicos no tenían idea de que su hermanita tenía esta condición. Cada semana nos decíamos que era momento de contarles… y llegaba el momento para luego callar por miedo a evitarles un dolor inevitable.
Después de haber pasado por el duelo, y digo duelo porque tienes que despedirte del bebé que habías idealizado, sin problemas y completamente sano, decidimos contarles a nuestros dos adolescentes que María tenia Síndrome de Down, ella ya tenía poco menos de dos meses de edad. Recuerdo que fue un sábado en la mañana, estábamos en la cama los 5, nos faltó Daniela que en ese entonces vivía en Alemania.
Vi a mi esposo con una mirada de complicidad y decidí dar el primer paso. Les dije: “Chicos el doctor diagnosticó a María con Síndrome de Down, le hicimos un examen que se llama Cariotipo y los resultados confirmaron el diagnóstico”.
Ellos perplejos se vieron uno al otro y luego miraron a María con ternura y tristeza, se llenaron sus ojos de lágrimas y en silencio limpiaban su rostro. Dejé pasar un momento, luego de una pausa les dije… María es una hermosa bebé que gracias a Dios está sana, no tiene problemas médicos, es y será una alegría para nuestra familia. Entiendo que estén tristes, pero ¿cuál es su principal preocupación? Cada uno nos expresó casi lo mismo: “No quiero que molesten a mi hermanita”, “No quiero que la rechacen”… mientras, Gabriel nos confió: “Estoy feliz con María, la amo y mis sentimientos por ella son los mismos, no han cambiado ni cambiarán, es solo que no sé cómo la verán. Camila dijo que pensaba lo mismo, limpiando sus lágrimas y abrazando a su papá.
Yo les dije a los dos: “María es una bebé amadísima por la familia y nuestros amigos… no importa qué piensen los demás. El rechazo y la aceptación sucede a todo nivel sin importar condición. Incluso ustedes han experimentado rechazo, eso no se puede evitar, pero sí es importante que siempre sientan orgullo por María”.
Sabía que en el fondo había una decepción por haberles contado tiempo después lo de su hermanita, pero no me lo hicieron ver. Se les veía tristeza y un poco de enojo en sus rostros. Esto era muy comprensible, les dije que todo lo que sentían era normal y que no se preocuparan por su hermanita, pues estaba en una familia que la amaba. Nos abrazamos y jugamos con María.
El tiempo haría que el duelo que sintieran se fuera esfumando. Así fue. Cada uno con su proceso de aceptación, fue sintiendo cada vez más felicidad y amor por María. Yo sabía que era cuestión de tiempo el ver más allá del Síndrome de Down.
Hoy les pregunto a mis chicos cómo ven a María, su respuesta es… “Como cualquier bebé: la vemos hermosa, cariñosa y juguetona”.