No sé si batiremos algún récord con la edad a la que alcanzamos la madurez de la paternidad. Nuestros hijos nos han hecho abuelos en el esplendor de nuestra juventud (¡qué talito!). Así es, tenemos múltiples nietos de todas especies y materiales. 

Empecemos con el Rabito, que fue el primer nieto que llegó a nuestra ajetreada y feliz vida. Renato había jurado que no tendríamos mascota, por lo menos en los primeros años de vida familiar. Un día yo llegué emocionada contándole que una amiga nos regalaba un Schnauzer… se lo dije con mano izquierda pero él me contestó con la derecha: por mí todavía no. Pero por aquello que a veces uno niega algo al cónyuge y lo concede a los hijos, a pocos meses de mi propuesta, la inquietud de mis hijos por tener una mascota creció y creció hasta convertirse en un deseo que se manifestaba diariamente. Renato no tuvo más remedio que prometer algo: cuando Nícolas cumpla un año, sino viene un hermanito en camino, compraremos una.

Los días pasaban, mis hijos llevaban las cuentas y así como si nada llegó el ansiado 12 de junio. Renato y yo nos vimos a los ojos. Pensamos que Nícolas no llegaría invicto al año. Es decir, ya eran tres las ocasiones en las que no pasábamos de los nueve meses de haber celebrado un nacimiento y ya un nuevo integrante venía en camino. O sea, fuimos ingenuos y prometimos algo que pensamos no tendríamos necesidad de cumplir. Ahora, caminábamos por Pasos y Pedales buscando al perro perfecto. La perfección era una amalgama entre economía, bondad, belleza y chiquititura; no queríamos ni podíamos tener un perro grande.

Pasamos por la primera caja de donde emergieron cuatro tiernas cabezas. Cuando las vimos, todas dijeron «ah qué lindos», cuando supimos el precio, les dijimos adiós no sin cierta nostalgia. Caminamos un poco más y aparecieron dos disque French. Eran «pechochos». Fátima ya tenía cargado a uno, el otro jugaba y trataba de conquistarnos. Al fin, nos decidimos por esa opción. Nos llevamos orgullosos a nuestra mascota. Mis hijos, por consenso, lo nombraron Rabito. Los primeros días todo fue un ensueño… conforme fue creciendo aumentaba sus travesuras y a mis hijos se les hacía más cuesta arriba cumplir con las obligaciones. Ahora, es un perro travieso, que aprovecha cualquier oportunidad para escaparse de la casa y que aún desespera a Nícolas con sus constantes jugarretas. Cuando a cada uno le toca el turno de limpiar el área de Rabito, se muere… pero lo hacen aunque necesiten un tambo de oxígeno para evitar los malestares estomacales.

Luego, vinieron los peces. Creo que fue Fátima quien tuvo a bien ahorrar para comprarlos. Fueron tres en total. Tres que pronto se convirtieron en 12 pues «alguno» traía 9 peces entre pecho y espalda. De esos nueve, se salvaron tres. Llevamos 6, uno de las adquisiciones originales murió, así que son cinco. Luego nacieron más, pero solo se salvó uno. Llevan con nosotros unos diez meses. Seis peces en total que nos quitan el sueño.

Y también tenemos nietos de plástico. Fátima y Anneliese tienen una bebé cada una. Los cuidan y apapachan como si fueran reales. Al extremo que de las primeras herencias que recibimos para el bebé que viene en camino, Anneliese robó pijamas, calcetitas y todo lo que pudo para engalanar a su muñeca. El juguete de Anneliese es además uno de los preferidos por Nícolas. Si él encuentra a la bebé mal parada, no tiene reparos en cargarla tierna y sigilosamente, pedirnos a todos que guardemos silencio, buscarle su pacha y enchamarrarla aunque estemos con un calor de la gran diabla. A nosotros no nos queda más remedio que lavar la ropa de los muñecos, guardar el chin chin si se ha quedado por ahí, chinear a la bebé Lágrimas de verdad, cuando ésta suelta a llorar…

¡Qué puedo decirles! Creo que más de alguna vez pensé que yo nunca podría fingir cariño ante algo que no me emocionara. Pero resulta que ahora le hago shu-shu a los bebés de a mentis, me preocupo constantemente por la limpieza del agua de los peces, me indigno cuando miro a la pez mayor comerse a sus propios huevecillos y me enfado cuando oigo que en la calle, una niña (con la sinceridad que caracteriza a la infancia) dice: miren ese perro (refiriéndose al Rabito) es igual que el Boster: todo feo. ¡x#$%7!

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.