Últimamente me he preguntado por qué no somos la familia Supersónica y así podríamos tener a nuestra  Robotina para siempre. Un poco de aceite todos los días y seguramente funcionaría a la perfección. Y es que, ya hace unos 20 días que no tenemos la suerte de contar con Doña Esperanza, nuestra empleada durante cuatro años. 
Doña Esperanza fue nuestra primera empleada. Llegó a nuestra familia casi al mismo tiempo de Emilio, pues 15 días después de su arribo, nació nuestro cuarto retoño. Y de ahí para acá, 1460 días de compartir alegrías y algunas penas.
Era cariñosa con mis hijos, servicial, alegre, no se quejaba, nos tenía mucha paciencia a Renato y a mí, pues nos pedía detergente para ropa oscura, una escoba, lazos o ganchos para ropa y se lo llevábamos tres semanas después.   Cocinaba muy bien, los recados eran su especialidad.  Le encantaba el ponche que por lo menos una vez al mes preparaba la Marimba. Nosotros procurábamos guardarle porque sabíamos que le gustaba mucho.  Anhelaba que mis hijos estuvieran de vacaciones para no desayunar solita y hacer las labores del hogar con el bullicio de cinco niños, aunque esto supusiera tener pies que iban y venían paralelos al trapeador.
Nícolas (quien por cierto se parece a Cometín) le gritaba: «Anza» y generalmente era para hacerle ojitos o para que lo ayudara a librarse del Rabito. Ella le hacía porras a todos. A la semana de su partida, Ximena dijo: Extraño a Doña Esperanza, la quería mucho. Yo casi me echo a llorar y le respondí: Yo también la extraño.  
Su orden fue uno de los factores que ayudó a mis hijas a no dejar sus tesoros tirados en cualquier lugar.  A veces, Ximena y Fátima se quejaban: «¿Dónde habrá puesto D. Esperanza mi bebé? Como pierde las cosas» Y nosotros las reprendíamos diciéndoles: nada que las pierde. Ella las coloca donde cree que es su lugar porque ustedes las dejan por ahí. Deja tus tesoros en su lugar y ya veras como no se pierden. 
Durante su estadía en nuestra casa, perdió a su esposo, vivió la ilusión que sus hijos mayores consiguieran trabajo, dio la bienvenida a Nícolas… Ahora que veo atrás pienso en cómo pasó tanto tiempo y yo siento que todo acaba de suceder.
Ahora que no está, los encargos para todos se han redoblado. Lo primero que hacemos al llegar a casa es ordenar, limpiar, doblar ropa, lavar trastos y mucho más etcéteras. El que más disfruta doblar la ropa es Cometín, digo Nícolas pues él encuentra en las prendas su almohada perfecta.
Justo ayer recibimos noticias suyas. Era la primera vez que volvíamos a hablar.  Nos confesó que no nos había llamado porque estaba muy triste y nos extrañaba.  Nosotros le dijimos que las puertas de nuestra casa estarían siempre abiertas. 

Cuando terminé de hablar con ella pensé: ya sé por qué no tengo una robotina. A una máquina no podríamos quererla tanto.

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.