Una de mis especialidades en la vida es reírme de cosas que verdaderamente no encierran NINGUNA gracia. Después de un ataque de risa, puedo llorar con tal intensidad, que mis hijas piensan que su mamá anda triste y el chiste lo agarró de pretexto para llorar. Recuerdo muy bien, cómo mis compañeras de diversificado me veían primero con pena, después con incredulidad cuando me ahogaba de la risa por el siguiente chiste cruel:
– Iba un pajarito volando, pero se recordó que era cerdo y se cayó.
(Ja,ja,ja,ja,jaaaaaaaaaaa) Y allí empeza a taparme la boca, cerrar mis ojos, hacer caras raras y al fin se me salían las lágrimas hasta que lograba respirar y calmarme.
Lo mismo me pasa con los chistes de Mafalda (Renato se ríe de mí y no de los chistes), y por supuesto con las gracias inventadas por los marimberos. No sé en qué momento de la vida, cayó en sus manos un folletito de esos que venden en las camionetas y eso ha sido magia para sus oídos. Mientras cocino, trabajo o como; no hay día que más de alguno se acerque a leerme los mil chistes que hay escritos en el bendito libro. Algunos muy buenos, otros muy sangrones. Pero lo mejor es que ha despertado en todos una especie de espíritu payasístico que ahora los hace inventar e inventar e inventar frases o colmos. La mayoría son tan sin sentido que provocan ataques de risa maternos y creo que mis hijos se llegan a creer que son comediantes dignos de presentarse en el Cirque du Soleil.
Les comparto algunos:
– ¿Cuál es el colmo de Santa?
– Decir jo, jo y no saber qué significa
– ¿Cuál es el colmo de un presidente?
– Que su hija se llame Mirna y su hijo se gane un trofeo. (¡¿ ?!)
Y así se van, uno tras otro. Y así se va el día, la noche y la madrugada. Y se va nuestra vida, contentos y unidos.
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¡Extrañamos sus comentarios! No sean tímidos…