Por muchas razones, el año pasado fue para nuestra Marimba, un año peculiar. O por lo menos yo lo considero así. Muchas cosas que agradecer, y otras tantas que -por lo menos a mí- aún me cuesta entender. Pero, es indiscutible que todas nos han ayudado para encontrar el camino que debemos recorrer. Mientras platicábamos con una amiga, ella me dijo una frase que me dejó pensando. Me contó un reto que uno de sus hijos había afrontado y al final me dijo: «En esos momentos es cuando uno ve cómo las semillas dan fruto. Allí es cuando uno ve lo que sembró«.
Y es verdad. Uno como papá puede sembrar sueños, ambiciones, inconformidades, inquietudes, agradecimientos, amargura… No sé. Sin darnos cuenta, moldeamos comportamientos, inyectamos actitudes, alimentamos visiones. Y por eso, hay que estar bien despierto. Muy espabilado porque el día a día a veces nos traiciona y no nos damos cuenta de lo que estamos sembrando hasta que lo cosechamos…
Todo esto viene porque en diciembre, Renato (que siempre es el de las buenas ideas para formar a nuestros hijos) organizó que toda la Marimba fuéramos a una visita a enfermos y personas mayores. La verdad es que yo soy mera chiviada para esas cosas, pero sé por experiencia propia cuánto bien se puede hacer y ¡no digamos! cuánto bien le hacen a uno.
Fuimos a un asilo que está más o menos cerca de nuestra casa. Íbamos armados con algunas cosas que sabíamos les podían gustar a la mayoría: pintauñas para las coquetas, libros para los intelectuales, comida y ponche para todos.
Los marimberos iban un poco chiviados, la verdad. Primero no querían desprenderse mucho de nosotros. Pero poco a poco fueron agarrando ritmo. Mis hijas mayores tenían ya experiencia pues donde estudian hacen algunas visitas sociales durante el año. Así que al llegar, nos pusimos manos a la obra.
Ximena y Anneliese, les pintaron las uñas a dos viejitas divinas. Luego, les leyeron mientras ellas degustaban su refa.
Fátima, se quedó a la par de una ancianita que al parecer estaba muy malita. No hablaba pero de vez en cuando se quejaba. La Fatimilla la acariciaba para que se tranquilizara.
Emilio se quedó junto con Renato hablando con don Jesús, quien a pesar de su ceguera era el más hablantín y alegre de todos. Nos pidió que le pusiéramos ¡marimba! Por cierto, que me dejó impactada porque con solo darme la mano y tocarme el hombro me dijo: «¡Ah! usted está un poco gordita…» (Un poco será -pensé yo-)
Nícolas y Sebastián se sentaron junto a la tía Lesbia mientras ella le contaba una leyenda a otros tres ancianitos.
Yo trataba de repartir lo que habíamos llevado y de ir hablando con algunos. Veía además, cómo todos estaban pendientes de si algún ancianito se había metido a la boca un dulce sin pelar y entonces le ayudaban. O si alguno necesitaba que le dieran de comer o de beber. Había un viejito que empezó a gritar ¡Agua pura! ¡Agua pura…! Nosotros solo llevábamos ponche así que fuimos a conseguirle.
En algún momento pensamos que nos sobrarían provisiones, pero no fue así. Volteamos las ollas pues al parecer todos tenían buen ánimo para compartir una refa de Navidad.
Durante la visita, a pesar de la timidez de algunos marimberos, pude cosechar algunas cosas de las que hemos sembrado. Mi corazón se conmovió de agradecimiento al ver que el corazón de mis hijos está lleno de tierra fértil y que solo hace falta seguir trabajando con perseverancia aunque los frutos no los veamos inmediatamente.