Hace ya medio siglo que estamos dándole una manita de gato a nuestro huevito de casa y no terminamos. Parece que la pintura es mágica y es absorbida de una forma sospechosa. De esa cuenta las paredes deben ser pintadas hasta el infinito… ¡Mentira! Iniciamos en diciembre del año pasado y a pesar de contar con 10 generosas manos, el primer intento fue fallido y no terminamos la faena. Recién el sábado, renovamos nuestro objetivo y algo se ha avanzado: el cuarto de las princesas pasó de rosado a amarillo.

No vaya a creer, amable lector, que vivimos en una mansión. Es una simple regla de tres. El tiempo no da tiempo para pintar las paredes… y la realidad es que estamos a medias. Como es previsible, mis hijos insisten cada vez que pueden y preguntan, pregunta y preguntan ¿cuándo vamos a terminar de pintar? Yo contesto con evasivas, no porque no quiera tener mi casita toda amarilla sino porque el dios reloj no me escucha y se lleva las horas volando.

Pero, en este segundo asalto, se logró el objetivo propuesto: terminar por lo menos una habitación y dejarla nítida.

En el transcurso del día, Renato sintió envidia por la rapidez con la que trabajan los pintores de brocha gorda, comimos almuerzo de haraganes, refaccionamos elotitos, escuchamos música a todo volumen, Nícolas y Sebastián se encargaron de «decorar» sillas, puertas, suéteres… Emilio puso su toque a la pintada, formulando preguntas filosóficas mientras esculpía su firma en las paredes, Anneliese se escapó con los mejores argumentos que tuvo con tal de leer la leyenda de la colección Magia y Misterio que sale todos los sábados en la prensa. 

Por la noche, todos estábamos medio muertos. Yo no sé por qué estaba como zombie si no pinté ni un rectángulo sino que únicamente fui apoyo logístico. Lo cierto es que Fátima lanzó el reto de la próxima edición: esa cocina ya necesita que la pintemos…

Aunque es de la temporada anterior, quiero compartir esta foto porque salen casi todos…

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¡Extrañamos sus comentarios! 

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.