Hemos iniciado un camino cuesta arriba. Vemos la cima y se nos antoja ardua. En cada día hay un momento en el que dudo sobre mi decisión. No quiero que mis hijas sufran… ahora entiendo por qué algunos padres actúan como actúan.
Hace algunos meses, Renato y yo decidimos que era necesario cambiar de colegio a nuestras hijas. Para Ximena y Fátima, la noticia fue una bomba. Anneliese debía trasladarse obligatoriamente al concluir la preprimaria, así que no opuso resistencia. El día del anuncio, las dos lloraron como Magdalenas. No entendían: el colegio es bonito, han entablado buenas amistades; ¿por qué ahora y no hasta sexto primaria? Ximena me llamó «mala». Me dijo que ella no quería eso, que no lo iba a hacer y que… Yo me puse ruda y con determinación le dije:
– «La decisión está tomada. Las vamos a cambiar. Ya les explicamos las razones y no hay vuelta atrás».
La expresión de mis ojos le confirmó mis palabras y se quedó seria. De ese momento para acá, el camino ha tenido muchas aristas.
– ¿Qué pasa si pierdo el examen de admisión?
– Mmm… repetís cuarto primaria
– ¡Ay no! (vale decir que es una nerda y eso de repetir no le agrada ni una pizca)
– ¿Y qué pasa si el primer día no quiero ir? ¿Qué vas a hacer para obligarme?
– (…) Aún falta muuucho tiempo para el primer día. No pensemos en eso todavía.
Pero, conforme pasaron los días y las vacaciones se hicieron inminentes, la tristeza de Ximena fue en aumento. Fátima fue asimilando la idea y Anneliese escribía tips en su cuaderno; ella y su prima Angie tienen una meta para su nuevo colegio: ser populares. Así que allí tenían a la Colocha, día tras día escribiendo qué harían para ser las cool de la clase…
Llegó la última semana de clases y a mí se me empezó a encoger el estómago. Veía a Ximena más dubitativa. Cada vez que podía, la animaba con razones, con ilusiones, con abrazos. Le duele mucho apartarse de sus amigas. Yo prometí ser una de esas amigas que estará siempre allí, para escucharla. Nuestros abrazos se fueron haciendo más intensos y largos. Y era en esos momentos en los que percibía su sufrimiento y me acobardaba. Me preguntaba: ¿estaremos haciendo lo mejor? ¿Y si nos equivocamos? ¿Y si de verdad es mejor esperar hasta sexto? ¿Y si…? ¿Y si…?
Hasta que me di cuenta que estaba cayendo en la trampa emocional. Quería evitar un sufrimiento hasta el punto de plantearme dejar de hacer lo que era más conveniente… Me espabilé entonces, y me pregunté ¿cuántas veces he caído en las redes del corazón? ¿Cuántos padres caen todos los días y por evitar un mal momento consienten todo a sus hijos?: aquella amistad, aquel gustito innecesario…
Bueno, entonces, recordé el consejo de una de mis mejores amigas: haz que Ximena se concentre en lo bueno para que no se victimice y se encierre en su sufrimiento… En esas andamos.
Por el momento, para el próximo sábado organizamos un almuerzo de despedida para las amigas más cercanas de ambas y pensamos facilitar que se reúnan mensualmente (un cuchubal, pues) para que no pierdan el contacto. Yo estoy pensando comprarles algunos útiles coquetos de esos que siempre han querido tener pero a los que la economía les ha ganado la jugada… es decir, les compramos un lápiz amarillo normal en lugar de uno rosado con diseños de Cowco, Wamba y no sé quién más… ahora, ese será uno de los ganchos. ¡Deseen suerte a esta Marimba!