Los astros empezaron a alinearse el lunes. Era 9 de mayo, el día, el día que Anneliese saldría de ratón en un acto de Cenicienta. Ella estaba más que emocionada que el hada madrina del cuento. Tres semanas de ensayos, de preparativos mentales, de pensar cómo se pintaría los bigotes… Por supuesto, antes de cualquier cosa se aseguro que su mami podría ir al acto. Yo le dije que no me lo perdería… a pesar que eso de los actos escolares no es una de mis actividades favoritas.

En la mañana del 9, todo iba dirigido a estar a tiempo. Anneliese preguntaba a qué hora almorzaríamos, a qué hora llegaría Renato, a qué hora iríamos para la sede del magno evento… Mientras tanto, yo preparaba el almuerzo en casi catorce estaciones. Algo sucedía y todo indicaba que el bebé quería escaparse del vientre, entonces todo iba en pausas: picaba  el güisquil, contestaba a las preguntas culinarias de Emilio, me recostaba, hacía respiración de trencito para aminorar el dolor de las contracciones, picaba la zanahoria, tranquilizaba a Anneliese sobre la hora de llegada, me subía otra vez al trencito de la respiración, picaba la carne… Bueno el asunto es que ya no pude más y llegó un momento en que tuve que esperar acostada a la otra mitad de mi familia.

Mientras tanto, Anneliese se tronaba los dedos y pensaba en el público que enfrentaría a las 3:00 p.m. Al fin, mi media mano de naranja llegó y no hubo más remedio que salir corriendo al hospital. Los regalos de cada una de mis hijas los recibí entre dolor y dolor, lo cual no eliminó la ternura que estos siempre producen.

Durante el trayacto del carro, pensábamos en qué hacer con Anneliese, quien podría acompañarla para que no sintiera tanto la ausencia de su mamá. Las abuelitas no podían. Tuvimos que decirle que no asistiría a su acto. Por supuesto lloró como Magdalena pero tuvo el consuelo de sus hermanas.

Regresé a mi casa, el martes 10. ¿Buena fecha, no? La verdad andaba como flotando y medio pude hablar con mis hijos. El miércoles fue un día peculiar que espero no se repita nunca. Gracias a Dios, la tía Lesbia estaba conmigo y ella sacó la tarea del almuerzo y atención a los marimberos.

El jueves, ooooootra vez al hospital. Sin remedio recluida todo ese día. El viernes volví a mi casa ya siendo más yo. Una semana tan ajetreada tuvo como resultado un cariño espontáneo y más fuerte. Todos me cuidan más de lo normal.

Ven con curiosidad mis pies cuando emulan a los de un elefante. Los puyan para ver si son de verdad… me agarran de la mano cuando me escuchan hablar por teléfono y por alguna razón me muestro preocupada, siguen mis horas de sueño, el apetito, las medicinas…

No sé, el martes pensaba que quizá había tenido el día de la madre menos memorable, pero resulta que con la perspectiva del poco tiempo que ha pasado, creo que en esta semana me he maternizado un poco más. Miro durante más tiempo a mis hijos y me dan ataques de amore viéndolos. Me río de sus ocurrencias, y ¡lo más increíble! soy más paciente cuando  cualquiera (sobre todo a Emilio) quiere ayudarme en «cosas de grandes».

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.