Esta última semana de septiembre fue peculiar… pero entre todos esos momentos eufóricos, cansados, achacosos, hubo detalles de cariño de mi familia, que me dejaron con el corazón «prendido en fuego» como dirían las Chicas del can.


Trataré de narrar en orden…
El miércoles yo tenía una entrevista. Era probable que saliera un proyecto. Mis hijas habían preguntado las condiciones del contrato y cuánto tiempo me exigiría esto. Mientras desayunábamos ese día, conversamos:
-Hoy es tu entrevista, ¿verdad?
– Sí… les encargo que recen por mí.
– Seguro te va a ir bien. 
Mi sorpresa fue que calcularon el tiempo de la entrevista y me llamaron: ¿cómo te fue? Se regocijaron conmigo. 
Para el jueves estaban de pésame. Sabían que yo llegaría de noche y eso no les agradaba. Pero en cuánto llegue, aplaudieron me abrazaron y demás… me sentí como si fuera Michelle Obama o Miss Popularidad.  
El viernes iba a ser un día en extremo corrido, y era probable que llegara igual de tarde. Pero la gripe me salvó… y regresé a casa antes de lo previsto. Literalmente iba muerta. El regocijo fue igual de bullanguero, pero Emilio me dijo en cuanto entré: ¡Mami, cómo te ves de guapa! Hasta allí llegó todo. Me quedé flotando durante la noche. Sabía que al día siguiente también sería duro… Me levanté más temprano de lo que hubiera querido y el viaje en bus estuvo más complicado de lo normal. Llegué despeinada y demás. Pero en cuanto entré a la sede del evento, recibí una llamada de Ximena:
-Mami ¿cómo llegaste? 
-Bien, gracias a Dios y ¿tú?
– Bien, me levanté cinco minutos después que tú te fuiste y me dolió tanto no despedirme de ti…
Estuve a punto de ponerme a llorar. Solo le respondí: ¡Mi vida! Ya nos veremos en el almuerzo. Por culpa de los buses choyudos, mi almuerzo fue a las 16:30 hrs. pero cuando llegué hubo abrazos, bexos y apapachos. Y Renato me había preparado un platillo especial: camarones al ajillo.
¡Esto es vida! pensé. 
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Chan,chan,chan… ¡ya tenemos las ilustraciones de nuestro libro!
Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.