Le he dado vueltas a un asunto: lo acertado de la sabiduría popular. Este dicho «Dios los cría y el diablo los junta», lo veo cumplido una y otra vez. Lejos de simples afinidades o gente cae bien, están los propósitos de vida. Allí también, la gente se junta… y a veces, dudo que sea el cachudo el que meta su cola para unirlos.
Me explico. En las últimas semanas he estado dedicada a un proyecto profesional. Uno que solo en mis sueños podía existir: dedicada a escribir o a editar textos, investigar, crear…; el trabajo es mayoritariamente desde mi casa o desde donde haya una conexión a internet; supone usar mis habilidades de general del ejército (tengo que ser mandona, pues), y me exige un mayor grado de organización. Me plantea un reto sobre cómo enfocar novedosamente un tema milenario. Esto es a nivel personal, pero conforme he conocido al equipo de trabajo, cada vez me quedo más con la boca abierta sobre cómo hizo Dios para juntarnos.
El promotor: padre de 5 hijos. Creyente férreo del home office y apostador de la autonomía de las personas.
Encargada de marketing de contenidos y diseñadora gráfica: ambas dejaron trabajos bien remunerados para seguir sus sueños. Y uno de esas ilusiones era contar con tiempo suficiente para dedicar a sus hijos. ¿Por qué me suena conocido? Porque hace ya 2 años y medio, yo cometí la misma locura. Y soy tan feliz. Y he experimentado aún más alegría cuando he participado en la decisión de contratar a alguien que ha optado por sus hijos y está dispuesta a hacer malabares desde su casa para cumplir con sus responsabilidades profesionales.
En fin, cada vez que mis hijos me piden «el detalle de mi agenda» y yo les respondo que llegaré a almorzar con ellos. Inevitablemente pienso: hay cosas que el dinero no puede comprar, para todo lo demás existe Mastercard.