Todo mundo habla ahora de Erick Barrondo, miembro ya del
Olimpo deportivo gracias a su hazaña de ganar una medalla. La verdad es que no cualquiera tiene a todo
un país vibrando al unísono, pellizcando al de la par por los nervios y
llorando sin sonrojo ante un micrófono.
Algunos de mis hijos siguieron las notas publicadas sobre él y su
entrenamiento, su pasado y su futuro. A
mí me dio gusto saber que Erick es, antes que cualquier cosa, miembro de una
familia unida por la sabiduría y con una característica que está en peligro de
extinción: el sacrificio.
Erick compitiera, (a mí me habrían picado las manos por prender el aparato…),
la celebración íntima de la familia antes de tirar la casa por la ventana con
el pueblo entero, quedarse en Guatemala para respetar su concentración… ¡guau!
Yo me pregunto si sería capaz de actuar así, pero mis debilidades me delatan y
creo que no. Esta familia sabe amar de
verdad y si Erick es un ejemplo de perseverancia, sus padres y hermanos son un
vívido ejemplo de unión.
Ser familia es comprender cuando alguien se equivoca, es elegir el pedazo de pastel más pequeño para que el otro disfrute el más grande. Es dar todo, porque sabes que alguien más está ansioso de recibirlo. No hay fronteras para una familia, porque se trata de querer a cada quien como es…
Te equivocas y es la familia la que te levanta, te alienta y te abriga. Son ellos, tus seres queridos los que pueden abrirte caminos, alimentar sueños y señalarte el camino. Cuando la sociedad tiene problemas es porque primero, la familia ha enfrentado apuros.
La diferencia entre Barrondo y muchos guatemaltecos es, en primer lugar, su familia de a sombrero. Y, en segundo lugar, su perseverancia y esfuerzo. Mientras releo esto, pienso en decenas de cabezas de familia que con su ejemplo, heredan en vida a sus hijos.