Es imposible olvidar los nervios de esa primera vez.  Todo empezó con la sensación de tener una espina clavada en el estómago… pero asumí que era de tanto reírme: el día anterior, unos amigos llegaron a almorzar a nuestra casa y nos reímos como descosidos.   Sin embargo, la sensación nunca se fue. Creció y creció hasta convertirse en trabajo de parto. 
El día que sabíamos con Renato que iba a ser «el día«, fue domingo.  Salimos a caminar, luego a Misa, tomamos atolito de elote, comimos rico y después inevitablemente al IGSS.  Nuestra primera hija, Ximena, iba a nacer en pocas horas.  Renato estaba exultante, yo, bastante asustada por todo lo que me habían dicho sobre el parto y el hospital.  Como todos saben,  en el seguro social uno se queda solo con sus penas. No hay nadie que se quede acompañándolo o animándolo, así que fue una larga noche.
Los doctores fueron pacientes y como sabían que era primeriza, me dijeron que me portara valiente. Bueno, pensé, voy a hacer mi mejor esfuerzo. Pasaron las horas y las horas y la Xime decidió luchar en serio alrededor de las 3:30 a.m.  Una hora y diez minutos después, la tenía en mis brazos. Le di un beso intenso, lloré como creo que lo hace cualquier mamá al tener  a su hijo en brazos por primera vez.
¡No podía creerlo!  ¡Era madre y no podía gritarlo a los cuatro vientos! ¡Estaba experimentando la felicidad más grande y no tenía un abrazo con el cual fundirme!  Esa madrugada le dije muchas cosas a Ximena. Aunque se hacía la dormida, yo tenía la certeza que me escuchaba.  Lo sé porque ahora, ocho años después, cada vez que la abrazo percibo que los sentimientos de ese amanecer siguen palpitando dentro de ambas.
La princesa pidió comer y yo no sabía cómo satisfacerla. La enfermera entonces, tuvo a bien regañarme y de mala gana me enseño cómo debía colocarla para que ella me consumiera (en el buen sentido, por supuesto). Los primeros días fueron de una intimidad increíble. A pesar de las visitas, regalos, felicitaciones… éramos tres en el mundo: Renato, Ximena y yo.  Para nuestro primer aniversario de bodas y  nuestra primera Navidad habíamos dejado de ser pareja:  ya éramos familia.
Obviamente, como era nuestra primera hija, la cuidábamos mucho, nos preocupábamos por todo, podíamos pasar horas contemplándola. Era una locura. Además, veíamos su nacimiento como un milagro: me dio apendicitis cuando tenía 4 meses de embarazo y debieron operarme; una semana después de la intervención se presentó una inminente amenaza de aborto. 
Recuerdo que la primera vez que Ximena se cayó, lloramos los tres. Además, le tomamos mil fotos: riendo, llorando, comiendo, parada, sentada, dormida, despierta… Nos agarraba la tarde para todo porque nos hacíamos más bolas de las que debíamos. Incluso ahora, con todo y marimba somos más puntuales.  
Como el tiempo pasa, Ximena ha crecido. Es una niña noble, intelectual, deportista, risueña aunque un poco tímida.  Yo la veo y recuerdo mi niñez.  Una mujercita reservada, reflexiva, analítica… dice algo y te puede dejar frío.  Afirma rotundamente que nunca se casará.   A veces creo que es una madura total. Incluso, me sorprende verla llorar por nimiedades, porque de repente he olvidado que aún es una niña.  En muchas situaciones de la vida familiar, es nuestro apoyo y consuelo.  Me encanta verla a los ojos, acariciar su rostro como lo hice el 19 de noviembre a las 4:40 hrs., disfruto hablar con ella porque compartimos muchos intereses.  Creo que le pasé toda la esencia de mi ser, porque durante el embarazo comí más Macflurry Crunch que nunca (el helado y el chocolate son mis debilidades).  

Es la primera que me reprende y se sorprende ante mis ataques de risa y mis bromas sangronas. Sólo dice: ¡Mami! y  sonríe. En Ximena veo a una artista en potencia, a una filósofa de la vida cotidiana y a una amiga íntima para toda la vida. Cuando le pregunto:  ¿Siempre vas a ser mi bebé?,  ella sin dudarlo dice: y me abraza fuertemente.
Pd. Hoy, la Marimba está de fiesta porque Anneliese cumple 5 añotes.

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.