Al fin, el llanto se escuchó. Yo sabía que Renato estaba allí pero no lo veía. Segundos después los doctores dijeron: ¡es un varón!  Sonreí y lo único que acerté a decir (medio grubi como estaba) fue: ¡perdí la apuesta!  Creo que los médicos se rieron y después se llevaron a Sebastián para comprobar que todo estuviera bien.  Gracias a Dios, el chiquistriquis estaba nítido. Apenas pesó cinco libras pero todo indica que será un gladiador.

Los primeros momentos con él fueron de una intimidad profunda. Esa alegría y orgullo que sientes cuando por primera vez llevas a tu bebé sobre tu pecho o en tus brazos no se puede explicar. Luego, la primera noche…   No te centras en el dolor (aunque horas antes estuvieras muerta del miedo como yo), si quieres dormir justo cuando tu retoño llora… esos pensamientos no tienen lugar. Ahora bien, si es la diligente enfermera la que te despierta para tomarte la presión, verdaderamente tienes que controlar tus instintos para sonreírle y decirle «muy bien, gracias».  Bueno, pero sigamos con la love story. Sebastián y yo dormimos a pierna suelta el viernes, regalándonos calor uno al otro. Los dos lo necesitábamos con urgencia. Él porque en un abrir y cerrar  de ojos le cambió su mundo; y yo porque dentro de mí latía la pregunta ¿podré ayudarte a llegar al cielo?

El domingo salíamos del hospital. Mi sorpresa fue que toda la Marimba llegó a traernos y ansiosos entraron a la habitación. Todos estaban exultantes. En sus manos llevaban tarjetas que el sábado habían preparado. Cuando vieron a Sebastián hubo un aaaahhhhh generalizado y uno por uno pasaron a plantarle los primeros besos de amor genuino que recibirá en su vida. La emoción no tenía fin. Le quitaban la gorrita, se reían de su cabello (es peludo, peludo como lo presagiaba la acidez que me acompañó durante los últimos dos meses), veían sus manos, se conmovían cuando él bostezaba. Todos salimos con la frente en alto, orgullosos de nuestro octavo marimbero.

Ya en la casa, las situaciones y sentimientos parecen infinitos.  Emilio dice que cuando él le habla, Sebastián se «tranquila«. Anneliese, Fátima y Ximena se rotan el turno para cargarlo y hacen observaciones sobre su conducta. Nícolas renuncia a una salida a la calle con tal de estar en el momento en que su hermanito se bañará…  Por cierto, Nícolas por el momento es el Procurador de los derechos de Sebastián.  Si llora y yo no lo atiendo con la prontitud que él espera, empieza a llamarme a grandes voces ¡mamá, mamá! y me señala el moisés.

El asunto del moisés es cuestión aparte. Gracias a varias personas generosas estamos estrenando un moisés divino. Digamos que si lo equiparamos a una marca de carros, la cunita es un BMW.  Entre otras preciosidades, tiene vibrador, música, cantos, móvil…  y esto como es de esperarse causa gran curiosidad en todos mis hijos. Por supuesto, todos se apuntan para activar cualquiera de los entretenimientos para que Sebastián se calme.

Los regalos también son otra historia. El más original que he encontrado hasta ahora es un pedazo de tortilla adentro de la cunita. Alguien guardó un cuarto de tortilla (sacrificio bastante llamativo, dado que ese día comimos caldo de res) y luego en un arranque de amor lo depositó entre las colchitas con la esperanza que su hermano la encontrara y se la comiera.

Por el momento, el sol de nuestro sistema solar es Sebastián.  Todos sin excepción giran a su alrededor. Al regresar del colegio, la primera visita es para él, las preguntas son sobre los bebés y su desarrollo, sobre cuándo cumplirá su primer año, cuándo abrirá sus ojos, cuándo, cuándo, cuándo…

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.