Mi casa es un vaivén.
Mi vida es un vaivén.
Mis hijos viven en estado vaivén.
Y a veces, mi humor también vaivenea al ritmo del vaivén de mi casa…
He concluido que vaivén, poco espacio y mal humor no son compatibles. Así que trato de cortar los ciclos de mi humor, unas veces con más éxito que otras.
Como saben, la casa en la que vivimos es un huevito. Él área más transitada es el corredor, al cual no pudieron ponerle mejor nombre porque en mi casa justamente sirve para correr.
El Sebas corre de un lado a otro. De la puerta del baño al gabinete de la cocina. Una y otra vez. Corre con vigor, con emoción, con auténtica felicidad.
Nícolas transita con su motona de plástico. Pedalea, pedalea y pedalea… del baño al gabinete. Del gabinete al baño. Aún así, le alcanza para ir contando historias entre uno y otro destino.
Emilio vuela con sus patines enormes (yo digo que son como número 39)… de un lado a otro, de un lado a otro. No para.
Anneliese, se empuja con su monopatín. Ñaaaaaa, zooom, zooom….
Cuando empieza uno a transitar por el corredor, empieza mi humor con el vaivén… Trato de ser comprensiva, de pensar que no hay otro espacio, que no podemos salir, que, que, que… Me terapeo, literalmente. Cuando se suma otro vehículo, me empiezo a poner nerviosa. Si se añade un tercero, me da taquicardia. Cuando los cuatro se juntan y quieren transitar al mismo tiempo en el mismo carril es cuando el péndulo ya no va y viene, si no se queda del lado del desespere.
– Mucha hombre, cuidado.
– Mija, pasaste tirando a tu hermano.
– Ay no no no… hagan turnos
–Ya mucha tranquilos hombre… Jueguen otra cosa.
Y los vaivenes terminan por un rato. Talvez el tiempo justo para respirar, terapearme y empezar el ciclo del humor…
En fin, es bueno saber que a pesar de los vaivenes de la vida, la familia viene pero nunca se va.