No he logrado determinar si en mi casa no hay Wii porque nos parece que su precio es exagerado o porque nos resistimos a entregar nuestra vida familiar a un aparato que fácilmente se convierte en la “cabeza” del hogar. Bueno, pensándolo bien, creo que es por la segunda razón.
Mi hija más grande insiste e insiste en que compremos un Wii o, ¡va pues! aunque sea un DS. Trato de argumentar que nuestra vida familiar supera con creces uno de esos aparatos. Aunque tiene 8 años, ya me ve con escepticismo… pero la experiencia ha demostrado que más sabe el diablo por viejo, y en nuestra casa las carcajadas más sonoras y la algarabía sube como espuma cuando jugamos en familia.
¿A qué jugamos? Mímica, competencias de armar formas con imanes, torneos familiares de boliche, basta, volley-ball, salón de belleza, tesoro escondido, lobo feroz… Para Navidad, el mejor regalo fue un set de ello, que logró que todos armáramos formas durante ¡3 horas consecutivas! Ningún juego de Wii ofrece darme la felicidad que me causa ver a Emilio cantando con una cuerda para saltar como micrófono, o ver cómo se doblan de la risa todos mis hijos al tirarse de un resbaladero con una velocidad turbo, gracias a un humilde cartón…
Así que ante la pregunta, ¿el Wii o la vida?, nosotros respondemos ¡la vida!