En mi familia el teléfono siempre ha sido el aparato comunitario por excelencia.  Normalmente hemos tenido un celular y éste sirve para que todos llamen, reciban y envíen mensajes, jueguen, tomen fotos, graben audios y demás utilidades. Pero ahora, con eso que yo estoy más tiempo en casa con tres chiquirrines decidimos contratar una línea residencial. Y eso ha sido, literalmente una fiesta para mis hijos más pequeños.

Si escuchan el tututu, tututu, entonces se produce una estampida de por lo menos cuatro pies, sino es que diez. Todos se pelean el primer puesto ya que el trofeo es contestar la llamada y eso no tiene precio.  El recepcionista oficial es Emilio. En la mañana nadie le disputa su atribución pero en la tarde todos se atienen a la ley de la selva… no gana el más fuerte sino el más veloz.

Sin embargo, para mis hijos varones el mundo de las comunicaciones no termina cuando contestan el teléfono. Nícolas, por ejemplo, permanece junto a mí cuando hablo con cualquiera. Levanta su dedo índice con tanta insistencia que no tengo más remedio que decirle a mi interlocutor@ «Nícolas te quiere hablar, ¿te lo puedo comunicar?» Y ya cuerpo a cuerpo con el auricular se convierte en el niño más tímido del mundo. Dice hola y después solo escucha y mueve la cabeza como si la persona con la que habla pudiera verlo frente a frente. Si acaso cuelgo y no le comparto mis conversaciones, jaa,jaa… hay que ver lo que llora. No escucha explicaciones. Ni una sola.

Ahora, Emilio ha mejorado su técnica. Al inicio cuando entraba una llamada, inmediatamente respondía: «¿Quién es?»  Después de varias sesiones de capacitación, ahora responde: «¡Hola! ¿Quién habla?» Luego diligentemente comunica al destinatario de la llamada.

Pero la parte divertida es que tanto Emilio como Nícolas quieren todos los días llamar a su abuelita o a su papá… la cuestión es saludar a alguien a través de ese mágico aparatito. Mi mamá ya sabe que a cierta hora, sus fans se comunicarán con ella y aunque son conversaciones de pocos minutos a ellos les basta para saciar su sed comunicativa. Creo que a Emilio también le ha servido para aprender los números. Ahora dice, yo voy a marcar… díctame.  Le digo uno por uno los números pero como a veces los marca muy lento, entonces le sale la grave voz de una señora que dice «El teléfono que usted marcó no existe en la red telefónica».  Cuando esto sucede, o me anuncia «dice que no existe» o «mami, te llama una tu amiga»

La otra cara simpática de esto es que a Nícolas le pueden dar genuinos ataques de risa y pasar largo rato hablando con su mano pegada a la oreja, emulando un teléfono. 

La faceta no tan divertida es que los teléfonos de juguete son altamente codiciados (entre más reales se vean, mejor) y cuando uno cae en sus manos puede llegar a ser punto de discordia.  Es seguro que si revisan la bolsa coqueta de cualquiera de mis marimberas encontrarán,  sin duda, un teléfono celular de «a mentiras»

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.