– Compermishito, compermishito…
Aún recuerdo ese memorable anuncio de Mcgregor, a la simpática viejita y por supuesto, el clásico slogan: es cosa de hombres. Hace dos semanas, yo entré al cuarto de mis hijos pidiendo compermishito porque iba a hacer limpieza general (léase tiradero de cosas viejas y recolección de las no tan viejas para heredarlas a otra familia).
Eso de la limpieza profunda es una tarea ingrata, pero a mí me encanta hacerla. Siempre he dicho que nuestra casa es tan pequeña que no podemos darnos el lujo de guardar cachivaches sin más. Así que cada cierto tiempo, las bolsas negras abren amenazantes sus bocas y succionan casi todo.
Pero esta última vez que limpié el cuarto de los chicos encontré cosas sin explicación. O al menos eso pensaba yo hasta que caí en la cuenta de la obvia diferencia entre niños y niñas. Así que una tras otra fui encontrado curiosidades masculinas.
El primer hallazgo fue una bolsa de carbón. ¿? Y además, era carbón usado. ¿Qué hace esto aquí? La última vez que asamos algo fue hace un mes. Imaginé que Emilio en su papel de acumulador no se había querido desprender de algo tan tentador: en el mejor de los casos, enciende fuego; en el peor mancha a quien se le ponga enfrente.
Luego de deshacerme de la bolsa con cenizas, localice en una esquina una caja vacía de pizza. ¿Y esto? Recordé que a mis hijos les gusta reciclar material y que seguramente el cartón se convertiría en algo útil. Pero la verdad es que hice caso omiso de mi conciencia ecológica y también tiré la caja.
Por último, mis ojos se toparon con algo que yo siempre he querido tirar, pero mis hijos me descubren justo a tiempo. Hace poco tuvimos que cambiarle varias partes a la lavadora y los chicos decidieron quedarse con esa parte de plástico que zarandea la ropa. iDiomío. Llevaban ya ocho meses con el «juguetito» y no se cansaban. Y es que dado su figura versátil, el desecho en cuestión puede mutar a casi cualquier cosa. Hasta en pizarrón se convirtió, ahora está todo pintarrajeado. Pero la tercera es la vencida. En esta limpieza profunda, la piezecita desapareció.
Hoy, Emilio regresó con una bolsona de plástico. En ella traía dos tesoros: 40 tazos viejos y un sin fin de bananitos. No eran reales,si no de esa planta que parecen bananos miniatura. Ya me veo viendo bananos por aquí y por allá; y en mi lista negra ya anoté dos víctimas de mi próxima limpieza profunda.