Es natural en una familia de marimberos que haya chunches heredados de un hermano a otro. A esos enseres yo les guardo un entrañable afecto y especial agradecimiento porque les ha tocado sacar la tarea no con un niño, ni con dos, si no con seis chiquillos. Son tesoros y hay que cuidarlos porque ahora no todo lo «hacen como antes», como dirían las abuelitas. Empiezo mi recuento:
– El carrito multicolor. Cuando Ximena cumplió un año, su mami Juanita le regaló un carro de plástico, tamaño «natural». Tenía bloques rosados, celestes y amarillos, lo que lo convertía en un carro unisex. Esta era solo una de sus ventajas. La otra es que era aguantador como él solo. Sobre sus ruedas se subieron no solo mis hijos si no también mis sobrinos. Niñones y niñiquis se tiraban de una cuesta que estaba frente a mi casa. O sea el carro cargaba no sé cuántas libras y además bajaba a toda velocidad. Todos usaban sus pies como frenos y no sé cómo hacían para manejar el timón y no dirigirse a una muerte segura. El asunto es que el carro duró 10 años en estos trajines…
– Nuestra televisión. Renato es hombre de buena suerte (por algo se casó conmigo ¿no? ) y en nuestro primer año de casados, se ganó la televisión. La verdad es que a estas alturas es un armatroste enorme, en total disonancia con las pantallas planas de ahora, pero funciona(ba). Hay tardes en las que se ponía rebelde y cuando queríamos cambiar canal, bajaba o subía el volumen… Nos asustó varias veces porque no quería encender justo cuando era el programa del siglo. Hasta que se rindió. Hace unos dos meses ya no encendió y ahora está en lista de espera para enviarla a reparar.
– El suéter de abuelito. Era una prenda tejida, amarilla (gracias a Dios) y esto facilitó que lo usaran todos. Ahora que aún lo usa Sebastián, mi hijas mayores lo han bautizado como el «suéter del abuelito» por su aspecto tejido retro.
– La colcha blanca. Para nada deshilachada, una colcha nos acompaña desde que nació Ximena. Me la regaló una vecina que me vio nacer. Así que como adivinarán, esta prenda está teñida de recuerdos.
– Pantalonetas van y vienen. Una de nuestras beneficiarias oficiales nos regaló unas pantalonetas divis divis. Emilio les dio duro, Nícolas igual. Cuando ya no le quedó a él, decidí guardarla para Sebastián… pero ¡oh sorpresa! se me trabó en algún lugar y ras ¡se rompió de un solo! Yo dije: ¡estaba podrida! E inmediatamente pensé: dos lavadas por semana, durante 54 semanas, por tres años…: 324 veces estuvieron en contacto con agua, detergente y la lavadora… ¡como para que no se rompiera de un solo!