Es una realidad: nos mudamos. Este viernes. Ya no podemos aplazarlo más. Todo está en cajas, menos los recuerdos. Lo entrañable que vivimos en nuestra casa lo dejamos y nos lo llevamos al mismo tiempo. ¿Extraño no? Pero así es.

Dejamos la puerta y la grada de la que Ximena se cayó por primera vez; pero el sobresalto se queda mitad en mi interior y mitad en la sala, desde donde grité para intentar salvarla. Nos llevamos los cuadros, pero dejamos las miradas que se posaron sobre ellos… Los libros también se van, pero las historias permanecen en los muros; por algo las paredes oyen. 

Es común escuchar que el hogar lo hace la familia y no una casa. Yo lo creí… hasta ahora. Al dejar nuestro huevito siento que tendré que zurcir durante largo tiempo; para unir nuevamente mi pasado y mi presente, a la vida y a mi familia.

Doce años. Durante ese tiempo, nacieron y ¡crecieron! seis marimberos, sembramos una palmerita, mejoré mis técnicas de cocina, me volví una mujer un poquito menos complicada, reímos tanto… iDiomío.

Nos vamos lo que vivimos esto y eso minimiza el despojo. Sé que mis hijos extrañarán ir «allá abajo», a nuestro campo de juego… al bosque que albergaba nuestros almuerzos favoritos… ¡a la tía Lesbia! Un día encontré a Anneliese con cara de pito, le pregunté por qué estaba triste y me dijo que no quería dejar a su tía. Y es que Lesbia vive a dos casas de la nuestra y se convirtió en una segunda mamá para mis hijos.

En fin, dejaremos que nuestro «proyecto de futuro» ilumine el despojo de ahora. No sé si esta frase es solo de la película Kung Fu Panda o pertenece a la milenaria sabiduria oriental, pero igual me gusta y creo que dejaré que sea mi pan diario: «El hoy es un regalo, por eso se llama presente«.

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.