Multiplicación a mano armada

Hace ya varios meses nos pasó algo muy desagradable. La verdad es que nunca pensé que nos fuera a suceder. Ocurrió en nuestra mismísima casa y aunque duró apenas unos 20 o 30 minutos, es de esas cosas que te dejan huella.

Estaba peinando a Anneliese, era la segunda en fila porque a Fátima ya la había puesto guapa. Emilio preparaba extemporáneamente su mochila, Ximena buscaba algo en su cuarto, Rafita acomodaba los trastos, Sebastián dormía y Renato estaba alistándose para salir volado.

De repente -como por arte de magia- un  hombre estaba en frente de mí y me apuntaba con una pistola. Yo distraída como siempre, no lo vi pasar… aunque hubiera sido completamente posible verlo desde la ventana que da al corredor. Ahogué un grito mientras escuchaba lo que el hombrón me decía y pensaba en mis hijos y en el peligro.

Bueno, a decir verdad no fui solo yo la distraída. Rafita pensó que el hombre era un mi hermano que estaba molestando mientras decía: ¡Esto es un asalto!, y Emilio pensó que era el señor que lleva el agua a domicilio.

Lo cierto es que era un ladrón. Y no solo uno, sino tres. Y por lo menos uno más que esperaba afuera. Digo yo, porque había uno que hablaba por teléfono como dando reporte y haciendo recuento de los hallazgos. Gracias a Dios, nos dejaron a todos en un cuarto y eso fue motivo suficiente para dejarnos reconfortados. A sugerencia de Renato, empezamos a rezar el Rosario.

De reojo veíamos lo que se llevaban.

El microondas que nos regalaron… Poco nos duró el gusto. (Adiós poporopos).
– El DVD que también nos regalaron. (Adiós películas).
– La licuadora que nos prestaron. (¡Hola deuda..!)
– El maletín negro con la ropa que alguna vez nos regalaron y aún no les quedaba a mis hijos.
– Algunos juguetes que le habían regalado a Nícolas para su cumple y que yo me había negado a que abriera todos de un solo.

Yo pensaba: seguro se van a llevar el carro, pero por favor que no se lleven a Renato. ¡Mi compu! No la he terminado de pagar. Hoy sí, ya me fui fea…

Quisieron llevarse nuestra tele, pero era demasiado vieja para venderla, empeñarla o regalarla. Así que salió triunfante.

En una de esas, entró la amable señorita que con diligencia espulgaba nuestras pertenencias. Y me increpó:

– ¿No usa joyas?
– No -le contesté sonriendo sarcásticamente. Mi cabeza pensó: ¡¿no ve que en esta casa lo único que abunda es el capital humano?!

Cuando se convencieron que no encontrarían más y que en nuestra casa había más libros que dinero, se fueron. Nos dijeron que no saliéramos. Nosotros, terminamos de rezar el Rosario. Y luego, ya los que querían llorar, lloraron y los que se querían abrazar, se abrazaron.

Salimos entonces  a ver con qué más habían cargado. Cada quién hizo sus hallazgos.

Mi bolsa, mi maquillaje (OMG), mi escapulario…
La mochila casi nueva de Emilio también se fue con Pancho.
La calculadora de Ximena…

Pero, sí estaba mi computadora. ¡Es un milagro! No la vieron.
El carro ni intentaron llevárselo.

Bueno, para qué les cuento. Fue un sustote. Pasamos varios días con mucho miedo y queriendo correr para otro lado. Pero esto definitivamente nos unió un poquito más. Además, nunca hacen falta familiares y amigos que nos hicieron sentir su cariño y solidaridad.

Un domingo durante la Misa, leyeron el pasaje en el que Jesús le pide a un muchacho lo poco que tiene: cinco panes  y dos peces. Él se los da y Jesús los multiplica. Esa noche hablamos en familia. Eso nos pasó a nosotros: Dios nos pidió nuestros cinco panes y nuestros dos peces. Lo poco que teníamos se fue. Él lo multiplicará.

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.