Siempre he soñado con comprarme unos zapatos coquetos. Ya perdí la cuenta de las ocasiones en las que he ingresado a la página de pedido, elegido diseño y tela… ver el precio y sumar y restar para ver si me alcanzaba. Pero, cada vez que repito este ejercicio me sucede algo extraño: pasa algo en mi casa o a mis hijos, que ya no me permite comprar esos zapatos.
La última vez que entré al sitio fue más por nostalgia que por convencimiento de que iba a comprarme algo. Y eso bastó para que nuestra lavadora dejara de exprimir. Y entonces vino la cotización de la reparación y allí acabaron los buenos deseos.
Estas pequeñas vivencias me han llevado a pensar en las renuncias que todos los papás hacemos. Obviamente, no las vemos como sacrificios descarnados por los que deberían nombrarnos mártires en vida. Para nada. Es solo que no hay papá o mamá sin sacrificios: son sinónimos.
- Sacrificas sueño desde el primer día que tienes a tu retoño en brazos.
- Sacrificas pequeños o grandes gustos.
- Eliminas de tu vida los sofás blancos, los muebles de vidrio y los objetos de valor que te regalaron.
- Te olvidas de qué es comprar ropa cada vez que hay cambio de temporada o viene una prenda de moda. Optas por adaptar tu outfit a la moda con accesorios que sean más económicos y que no te dolerá cambiar cuando ya no estén in.
Y así mil cosas más. Yo he pensado en los sacrificios personales que he hecho como mamá. La verdad es que no llevo un libro verde -como lo sugería Pepe Milla-, creo que ningún papá lleva un recuento de estos. Pero les confío ahora, algo que he pensado en los últimos días.
Hace algunos años, renuncié a un trabajo fijo para estar más tiempo con mis hijos. Quizá en ese momento pensaba que suponía realmente un sacrificio y que en algún momento de la vida, era una medalla que mis hijos me tendrían que colgar. Sí lo pensé. Estoy segura. Talvez no así, pero en el fondo esperaba que mis hijos supieran que su mamá se había sacrificado por ellos. Ingenua de mí.
Luego de algún tiempo, me di cuenta claramente que no había sido un sacrificio sino un privilegio. No cualquier mamá tiene la oportunidad de renunciar, trabajar desde su casa y ver crecer a sus hijos. Después de ese segundo ciclo, llegué a la etapa diaria y más contradictoria que he vivido:
- He renunciado a la seguridad de un trabajo fijo y soy feliz.
- He renunciado a comer una lasagna individual en un restaurante y en lugar de eso pedir una pizza familiar, y soy feliz.
- Todos los días renuncio a leer la prensa en paz, a leer mi libro favorito sin interrupciones o a ver televisión sin insistentes preguntas; y sí, increíblemente todos los días, soy feliz.
- He renunciado a seguir durmiendo a pierna suelta y levantarme a horas que van en contra de la razón humana, y aún así soy inmensamente feliz.
Pero mientras escribo me doy cuenta que hay muchas cosas a las que no solo no he renunciado, si no que me aferro gracias a la fuerza que me imprime mi familia: mis anhelos, luchas y metas. A pesar de las limitaciones materiales, mis sueños -y estoy segura que los de mi esposo también- son tan fuertes que los comparto por simbiosis con mis hijos.
Estoy dispuesta a renunciar a todo. Menos a mi familia y a nuestros sueños. Y sí, soy inmensamente feliz.