Los primeros años de colegio fueron un descanso. Las maestras eran dedicadas y, entre otras cosas, ellas diseñaban y confeccionaban los múltiples disfraces que nuestras hijas lucirían en los bailes y obras de teatro.Pero ese paraíso terrenal se terminó cuando nos enviaron una nota informando que Ximena iba a participar en un acto y debería ir disfrazada de ¡zorrillo!
¡Zorrillo, por Dios, cómo se les ocurre! ¿No será traumático disfrazarse de zorrillo? Bueno, shock o no ¿cómo lo confeccionamos? En ese entonces, éramos menos prácticos y un poco indiferentes con el asunto de los disfraces… Lo único que teníamos claro Renato y yo era cómo lograr que Ximena tuviera mal olor, pero por supuesto no íbamos a hacerlo. Así que dispusimos conseguir un pantalón y blusa negros y colocarle «algo blanco» en la columna. Y ese algo fue ni más ni menos que una venda de yeso sin usar, pues Fátima se había fracturado y el material estaba disponible. Ximena era tan pequeña que no se pronunció sobre la fealdad del disfraz, pero ahora que se lo comentamos siempre dice: «Algún día, me vengaré».
Nuestro segundo hit, fu un disfraz de enano. Conseguimos una sosa pijama blanca, un cinturón grueso, yo traté con todas mis fuerzas de confeccionarle una barba y un sombrero y ¡listo! Cuando Ximena salió al escenario junto con los otros seis enanos quienes lucían vistosos disfraces de satín, casi morimos de la pena… Entre risas, le comenté a Renato que Ximena era de los «parientes pobres» de los enanitos. Incluso ahora, me sonrojo pensando en el disfraz.
Luego, vino el del gato con perfectos acabados en la cola y las orejas y nada más. Antes que todos salieran al escenario, una mamá me preguntó: ¿No te costó conseguir el disfraz? Estaban agotados… Mmm. pues yo se lo hice a Fátima, le respondi. Cuando los mínimos se lanzaron a conquistar al público, otra vez, el lunar era mi hija.
Bueno, pero el que se ha llevado el premio es uno de gallina. El atuendo lo teníamos resuelto, pero el pico nos quitaba el suño. ¿Cómo lo hacemos? Renato con mucha inventiva me dijo: «Compremos una paleta, le pegamos dos triángulos amarillos al palo, cuando llegué el momento, le destapamos el dulce, que lo chupe y así logramos el pico perfecto». Sólo de imaginarlo me dio un ataque de risa y siempre pensé que era una broma. Quedó así, como un buen chiste. Pero como yo no pude afinar detalles, cuando Fátima salió al escenario, lucía su innovador pico-paleta. Este recuerdo aún provoca en mí sendas carcajadas.
Después, nos volvimos padres estéticamente responsables y nos esforzamos porque los difraces fueran apegados a la realidad y no necesitaran de mucha imaginación para saber de qué es. Por supuesto, siempre que puedo, sugiero a mis hijas que se disfracen de princesas o bailarinas… algo que está totalmente a nuestro alcance con sólo abrir una gaveta.
Los últimos disfraces fueron de vaquera, de judía y de chef. Renato se encargó de diseñar el de judío y creo que hasta un romano sentiría envidia si hubiera visto a mis hijas. Con el de chef, a pesar de mis limitaciones psicomotrices, el sombrero provocó admiración en maestras y alumnas y el orgullo de Fátima.