Hoy leí un artículo en el que una jovencita defendía su decisión de no tener una familia. Yo la verdad, es que no tengo ningún problema con eso: cada quien con sus decisiones y sus acciones. Sin embargo, me llamó mucho la atención su opinión sobre que la maternidad es una especie de esclavitud. Según su visión, nadie que decide ser madre lo hace con total libertad.
La verdad es que primero su postura de «mujer liberada» me causó un tanto de gracia. Sobre todo, cuando Fátima -que leyó una parte del artículo dado que alargaba su cabeza para conocer qué era lo que yo leía con tanta concentración- me dijo: «La verdad es que se lee un poco inmadura. Sin ofender…»
Luego, pensé en cómo me gustaría compartirle algunos detalles de mi vida. No porque sean ejemplares ni mucho menos, sino porque es increíble la libertad con la que vivimos las mamás. Es cierto, no siempre hacemos lo que se nos antoja; ni siempre vivimos solo para nosotras sino que giramos alrededor de una familia a la que intentamos nutrir de sueños. Pero, es ingenuo pensar que las mamás no elegimos nuestra vida.
Ya en un post anterior compartí cómo cuando era muy muy joven pensé que nunca me casaría. Se me hacía que mi vida debía ir por rumbos intelectuales (Sí, soy un ratón de biblioteca a la que le encanta leer y estudiar…). Pero da la casualidad que me enamoré. Y de ese amor genuino nació el deseo de permanecer junto a Renato durante toda mi vida. Nos casamos y ahora somos orgullosos padres de media docena de niños. Puedo asegurar que estos 16 años me han mostrado la mejor cara de la libertad y de la dicha. He aprendido que la libertad tiene muchos caminos.
La libertad es soñar. Como bien saben algunos de nuestros lectores, hace 3 años nos cambiamos de casa. La verdad es que no amo el lugar donde estamos ahora. Cada día peino las páginas amarillas en busca de un mejor lugar para mi familia. A veces desespero, pero siempre hay una o dos voces que me aterrizan: «¡Cuando tengamos una casa con dos baños, va a ser lo máximo!», «¿Será que podemos comprar una casa con 6 cuartos?». Y esos pequeños sueños son los que me inyectan fuerza ante las dificultades -pequeñas o grandes- que enfrentamos.
Una mamá es para compartir: Emilio me acompañó a hacer un mandado. Mientras caminábamos me contaba su proyecto de vida. ¡Tiene planeado cada lustro de su vida! Me confió que ha pensado retirarse a los 40 años 🙂 De forma exprés, compartió conmigo sus anhelos. Qué razón tenía la madre Teresa al decir:
Eso de ser mamá es un pasaporte para trascender. ¿Hay acaso una mejor recompensa? Libertad también es trascender.
La maternidad multiplica la felicidad. Cuando se tiene un hijo, uno siempre piensa que su corazón no puede crecer más y amar a otro ser con la misma intensidad. Pero, sí. Cada hijo, te ensancha el corazón, te hace más dichosa. Cada día, me recreo en los ojos de mis hijos, aprendo de cada uno, me río con ellos de una manera tan genuina que dudo que algo terrenal pueda abrirme las puertas a una alegría tan profunda. ¡Obvio, microbio..!, como le dijo su hija a una buena amiga.
La maternidad no es el único camino para ser feliz, es cierto. Pero sí es una autopista. Curiosamente, es una autopista con ciertos obstáculos. Te encuentras semáforos, cuestas, baches y señalización errónea; pero el combustible que te impedirá darte por vencida o perderte se llama amor incondicional. Amar sin condiciones y saberte amada -también sin condiciones- es sin duda la mejor señal de una libertad genuina y real.