Hay cosas de mi vida que entiendo a la perfección y otras dudas existenciales que no lograré resolver en este mundo. Por ejemplo, desde pequeña le he temido a las alturas… eso explica por qué soy chaparrita. Por el contrario, nunca me he explicado por qué soy Acuario si me da miedo y hasta me sofocan las piscinas…  Lo cierto es que la vida ajetreada de la Marimba, no me permite seguir pensando en estas cuestiones tan triviales… y no queda más alternativa que vivir las escaladas, las piscineadas y demás.

Y una de esas realidades llegó justo el fin de semana pasado. Era inminente: mi familia completita iba a peregrinar a las piscinas. Éramos 21… Yo solo de imaginar los apretamientos automovilísticos, los calores, las idas y venidas a los vestidores, la asada del almuerzo, la estancia en el agua… quería dormir y volver a la realidad el lunes. Sobre todo porque no iba a tener escapatoria, mis hijos estaban emocionados porque su mami, después de muchos años, se iba a meter a la piscina.
El domingo madrugamos como lo exigen estos viajes. Yo estaba más dormida de lo normal, pues había tenido que trabajar en la noche-madrugada para cumplir con mis compromisos de trabajo. Pero bueno, mis marimberos estaban como que hubieran tomado Alegrín 500. 
Ya instalada media humanidad en los carros, partimos hacia Costa Linda. Yo no iba en el mismo carro que Emilio, pero dicen las malas lenguas  que nunca acertó qué significaba la media hora de los adultos. Él preguntaba  ¿cuándo vamos a llegar? Y los grandes le respondían: en media hora. Cuarenta minutos después, volvía con la interrogante y la respuesta era la misma: en media hora. ¿?
Al llegar, tuvimos que bajar un maaaaaaaaaleeeeetero que ni les cuento. Mil bolsas, pelotas, inflador, flotadores, trastos de comida, agua. Bueno, todo el batallón entró y se dispuso a lo que iba. Algunos de mis sobrinos llevaban el traje de baño debajo de su ropa, entonces cuando llegamos a nuestras mesas ya iban en-cal-zo-ne-ta-dos. 
En la piscina todo fue necesariamente líquido y fluyó con soltura. Las tiradas del tobogán, recorrer la piscina una y otra vez, encontrar el mejor flotador, etc., etc., etc.  Hubo dos cosas que me divirtieron: ver a Nícolas subido en un flotador con forma de carrito, pues el señorcito manejaba el volante como si paseara por el  boulevar Vista Hermosa; y ver a Emilio recorrer la piscina a merced de una tabla flotadora. 
-Emilio no te vayas lejos porque te puede pasar algo
– ¡Yo no me ahogo!
– No, pero de repente no hay alguien grande cerca y  te pasa algo…
– ¡No, no me ahogo!
Almorzamos pollo asado y eso fue otra historia. No sé cuánto se procesó de comida en ese momento en el mundo, pero creo que mi familia aportó un alto porcentaje. Luego, a piscinear otra vez.
De regreso algunos se durmieron, otros se mojaron porque cayó un buen chaparrón y otros siguieron tiqui que tiqui, ríe que ríe, juega que juega… no se cumplió la predicción que el carro de los niños regresaría en silencio. Emilio, solo acertaba a decir: ¡te apuesto que ahorita que lleguemos ya no vamos a ir al parque..!
Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.