El amor propio puede llegar a ser un mounstro escondido en el ropero, pero también puede convertirse en un diminuto ratón que huye ante cualquier sonido. De adolescente, uno suele (¿o solía?) cantar: «Qué lindo soy, qué bonito soy, ¡cómo me quiero!», pero la autoestima, el quererse tal como uno es no es tan sencillo como bailar al ritmo de esta tonadita. Es algo que se construye poco a poco, que se inyecta en pequeñas dosis y que puede hacer la diferencia entre un hijo de éxito y uno timorato.
– ¡Mirá mi robot!
Emilio me enseña un cuadrángulo, con ojos enormes y unas lineas torcidas que pretenden ser antenas. Mi lucha interna es grande: ¿le digo que le falta mucho para que su robot sea un buen ejemplar o lo abrazo y le digo ¡te felicito!?
– ¡Mi amor, qué bonito!
Él pone su cara de triunfo y se va dispuesto a diseñar al robot del futuro. Yo me quedo con cara de póker preguntándome si hice bien…
——-
-¿Puedo hablar contigo en privado?
Es Annelise quien pide una audiencia. Nos escapamos del bullicio y calladitas hablamos en su habitación.
– Una niña del colegio me molesta…
-¿Qué te dice?
– Yo le trato de ayudar para que no se quede atrás y ella me dice que todo lo hago mal. Yo no me siento especial…
Y aquí se sueltan las lágrimas con tal fuerza que puedo adivinar que estuvieron escondidas todo el día. ¿Qué le digo? Mi instinto maléfico me aconseja que deje mal parada a la niña, que despotrique contra ella y ayude a Anneliese a hacer un plan malvado para meterle zancadilla, ponerle un clavo o rayarle el cuaderno. Pero, gracias a Dios, puedo más mi instinto maternal. La dejo llorar un poquito nada más y le digo:
-¿Especial? ¿No te sientes especial? ¿Sabes cuántas personas están dispuestas a ayudar a los demás? Muy pocas. Solo con el hecho que tú quieras ayudar a tu compañerita eso me dice que eres especial, porque estás pendiente de los demás. Eso hace que tu corazón sea único. No le hagas caso, quizá lo dijo solo por molestar. (Beso tronador) ¡Te amo Anneliese!
Veinte minutos después, llegó a re-preguntar:
– ¿Soy especial porque me preocupo por los demás?
– Sí- le respondí con ojos pizpiretos. Una sonrisa en su rostro cerró el asunto.
——-
Ximena está dubitativa. Puedo notarlo con solo asomarme a sus ojos. Como la conozco, sé que primero debo apapacharla y luego preguntarle con mano izquierda.
-¿Cómo estás?
(Mueve la cabeza de un lado a otro)
– ¿No te vas a meter a la piscina?
(Empieza a llorar)
– Me siento sola, ya no me gusta estar con mis hermanos porque me siento diferente.
La apapacho, respiro y le explico que eso es normal para su edad, que muchos intereses van cambiando pero que no se debe aislar sino liderar a sus hermanos… y ayudarlos también. Ellos necesitan mucho apoyo y ella es alguien que puede dárselo.
Las lágrimas desaparecen, le sugiero un plan para divertirse. Sonríe y se prepara para cumplirlo
——
Lamentablemente, no existen las recetas para la autoestima. Pero las madres tenemos una pócima barata, alucinadora y que no se agota. Podemos amar, amar de verdad y sin condiciones a nuestros hijos. Si se sienten genuinamente amados, sabrán amarse en su justa medida.