A nuestra casa, las vacaciones llegaron como un inesperado chaparrón. De un día para otro, ningún niño iba al colegio y aunque era deliciosa la tranquilidad mental de no tener que preparar loncheras, pachones y demás; otra «pena» se instalaba en nuestro imaginario doméstico. ¿Y ahora qué hacemos? iDiomío. Imposible no temblar ante el reto de entretener a seis niños.
Este año, hubo soluciones de todo tipo. Aunque sinceramente creo que sacrificamos un poco la creatividad y pudimos hacer más cosas. Pero bueno, a lo hecho, pecho. Durante las vacas fuimos a dos lugares chileros: al mar y al parque ecológico Cayalá. Ambos nos cortaron la respiración y mataron de un tajo las posibilidades de aburrirse. Pero el verdadero reto eran los días en la casa, que fueron los más.
El día iniciaba más tarde de lo habitual y luego del desayuno, cada uno hacía su encargo doméstico, leía un poco, jugaba y demás. Nos ayudó mucho tener un horario publicado para que fuera más fácil mantener la disciplina. Luego de almuerzo, lo habitual es que partiéramos a caminar. Una vuelta completa a la colonia, era la meta. En el recorrido pasaba de todo: Anneliese «enamoraba» postes de luz, caminaba como modelo y cantaba. Emilio corría y caia, corría y caía… El premio al final eran unos deliciosos helados de frutas. (Tenía tanto tiempo de no comer un delicioso helado de jocote o de manía tal y como los hacía mi abuelita..)
La pasábamos bien, pero un poco plano para mi gusto. La tabla de salvación fueron dos sencillos juegos de mesa: Uno y Scrabble, No pueden imaginar lo de retos y risas que nos dejaron.
Pero el verdadero momento del día era cuando todos se iban «a dormir». Creo que mis hijas hasta esperaban ese momento. Subían, se encerraban en su cuarto y de allí solo se oían carcajadas tras carcajadas tras carcajadas. Varias veces debimos llamarles la atención porque a media noche ellas seguían ríe que ríe. Cuando te asomabas a su cuarto, veías que o estaban disfrazadas o habían inventado un juego o concurso o simplemente seguían jugando Uno y se reían de las «maldades» que hacían a a compañeros de juego. Algunas veces Emilio se unía a las alegres comadres y entonces sí se volvía una total locura. No paraban de reírse hasta que el sueño los vencía.
Un día le dije a Renato que estas vacaciones habían sido diferentes. Recibimos muchas sorpresas y regalos de Dios. Pero, creo que el mejor de todos es que mis hijos fortalecieron sus lazos de amistad, y ahora no solo son hermanos, si no también compadres; de esos incondicionales.