La noticia cayó como un balde de agua fría: Paola está en el intensivo. Una de mis mejores amigas había tenido una crisis de salud y se encontraba muy enferma. No pude procesarlo en el momento. Pensaba en nuestras constantes carcajadas cuando trabajábamos juntas, en sus hijos, en lo buena que es, en nuestra última conversación. Todo se agolpó en mi cabeza y se convirtió en ese sentimiento de tristeza profunda, de desesperanza, de desconcierto… ¡Esto no puede pasar! Fui a verla al hospital, le hablé y le dije nuestras famosas frases con las que nuestra complicidad hace siempre un guiño. Casi desde que empecé a hablar, ella levantó su mano, indicando que debía apretarla y transmitirnos así fe, fortaleza.
Recuerdo que cuando le conté a Renato, me puse a llorar. Hasta ese momento, habia llevado la procesión por dentro. Pero luego, regresé a mi casa. Mientras le comentaba las nuevas noticias a mi esposo, no pude contener las lágrimas. Mis hijas me rodearon y me veían fijamente. Creo que en el transcurso de la tarde, hablé con tres personas cercanas que conocían a la Pao. Cuando Ximena o Anneliese escuchaban que estaba hablando del tema, corrían junto a mí y me daban la mano. Conmovidas me veían mientras hubiesen querido acompañarme en mis llantos. Cuando terminaba de hablar por teléfono, me abrazaban y consolaban hasta que una medio sonrisa se asomaba en mi rostro. No se apartaban hasta que yo les aseguraba que estaba bien.
Siempre que en mi casa se ha presentado una circunstancia más o menos dura, yo he tratado que no me vean llorar, que mi preocupación no se refleje en el trato con mis hijos. A veces lo logro, a veces no. Pero, desde hace algunos meses he notado que mis hijas me conocen bien. Creo que logran leer mis ojos y mi voz. A veces me preguntan: ¿Estás bien mami? Es que te vi ojitos de preocupada…
Pero en esta circunstancia, mi poco aplomo desapareció por completo. Simplemente no lograba contener mis lágrimas si pensaba en el asunto o si hablaba de él.
Gracias a Dios (porque fue un milagro de los buenos) todo evolucionó bien. Un día después de la emergencia, regresé a ver a Paola y era ya, mi amiga. La que conozco. Con la que puedo reír y llorar sin sentir verguenza. La que me enseñó a ser valiente y la que ahora, me ha mostrado el camino del agradecimiento y de la esperanza. La que hizo que hundiera mi cabeza en el pecho de mis hijas para que me regalaran consuelo.