Las vacaciones son una época complicada para las mamás. La verdad es que agradecemos mucho no tener que hacer refacciones todas las noches ni preocuparnos de uniformes, pero temblamos al pensar qué haremos con nuestros hijos en casa… Los primeros días están felices de olvidarse del cole, pero una semana después, están con la sombra del aburrimiento.
Ahora, con casi semana y media de vacaciones me he dado cuenta que este breve tiempo me ha dejado varias pequeñas lecciones.
La primera es que justo en ese momento en que recuerdo la maravilla de no hacer refacciones, puedo aprovechar ese tiempo para estar con mis hijos. Sí, puedo acostarme un momento a ver una película con ellos mientras los abrazo y me río de las bobadas de la tele. En fin, puedo respirar tranquila y gozarme la vida junto con ellos.
Luego, también he descubierto que estos días son un momento ad hoc para hacerme el propósito de besar y abrazar más a mis hijos. Cuando son bebés, esto es más fácil, pero conforme crecen se va perdiendo el hábito de acuchucharlos. Me encanta cargar a mi hijo de 9 y comprobar que los dos extrañamos esos momentos que a veces nos ha arrancado el corre corre. No digamos con la de 11, la de 13 y la de 14…
Estos son momentos de oro para dar tips de aprovechamiento del tiempo. Y ahora ¿qué hago?, ¿y ahora?, ¿y ahora? A mí me funcionó en la primera semana, tener un listado de actividades que todos debían hacer: lavar su mochila, seleccionar uniformes, doblarlos y guardarlos; seleccionar los cuadernos, desechar los que ya no usarán y guardar los libros y cuadernos que aún les serán útiles. Me salva el día, tener pensadas varias actividades para sugerirles cuando llegue la pregunta ¿Y ahora, qué hago? Aunque no está de más, dejarlos que se aburran un poquito…
Por las tardes, nos gusta hacer actividades sencillas. Por ejemplo: cocinar cupcakes, hacer ponche, jugar bingo… la mayoría ayuda y se entretiene. A mí lo que más me gusta de estas tardes de variedad es que puedo conversar con más de alguno y afianzar nuestro vínculo.