Cuando los hijos están pequeños todas las madres creemos que cuando crezcan se convertirán en exitosos vendedores o cobradores. No hay niño que no insista, insista e insista hasta conseguir lo que quiere. Es más creo que la paciencia es una de las virtudes más difíciles de enseñar.
En mi casa encontramos una estrategia que funciona bastante bien. Aunque creo que es más autoterapia para la mamá. Cuando la misma petición se disparaba como una metralleta, aprovechaba a decirles aquella frase de Santa Teresa:
La paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene nada le falta
sólo Dios basta.
Se los dije (me lo dije) tantas veces que luego ellos lo repetían e incluso lo citaban cuando la desesperada era yo. “Mami, recuerda que la paciencia todo lo alcanza…” Al transcurrir los años, Emilio se ha encargado de hacer un mix. Cuando Renato y yo empezamos a decirle: “La paciencia…” él contesta “que la noche es larga”. Emilio cree que sus papis ya mandaron a llamar al piojo del dicho.
Como yo no soy una mujer paciente, debo esforzarme por recordar mis enseñanzas. Sobre todo, cuando oigo:
-¡Mami!
-¿Qué manda?
-¡Mami!
-¿Qué manda?
-¡Mami!
– Mmm (a la tercera ya cierro los ojos y le pido al piojo del dicho que me ayude)
– Nada…
Pero, por supuesto el piojo no es el que me ayuda… El que corre en mi auxilio es el convencimiento que cada grito ahogado en el mar de la paciencia, será lo que después regará y fortalecerá el carácter de los hijos. Además, quien quita que a la vuelta de los años sea yo la que diga:
– Hijo
– ¿Qué manda?
– Hijo
– ¿Qué manda?
– Hijo
– ¿Qué manda?
– Se me olvido lo que te iba a decir…