Una casa de marimberos es peculiar. El espacio siempre es reducido, el relajo es el pan diario y, generalmente, hay escasez de muchas cosas, menos de risas. Últimamente, me he topado con situaciones que me han arrancado ya sea una sonrisa o una carcajada de las buenas. Les comparto algunas:

Los de siempre… Por azares de la vida y de la economía, Nícolas tiene solo un par de zapatos. O sea que son los del colegio, los de física, los de paseo, los de misa, los de las piñatas, los del parque, los formales, los que son para chileriar…  La risa llegó un día que Fátima contó que sus amigas del colegio le habían dicho: «tan bonitos los zapatos del uniforme de Nícolas».

– Eternos. Los cien tuquis que le damos de regalo a Emilio por su cumpleaños se estiran más que queso de pizza. Con esos Q100, hace donaciones a sus hermanas, invierte en un negocio familiar, colabora para la compra de la casa…  Y eso no es todo, este marimbero es el generoso por excelencia. Siempre me anda ofreciendo su alcancía, aunque esta reúna el dinero para cumplir su sueño dorado.

Desayunos o cenas de sobre. ¿Qué vamos a comer hoy? De todo un poco es la respuesta. O bien, cena de sobre. Eso quiere decir que de los pushos que han quedado de otros tiempos de comida, nosotros vamos a armar una cena. No sé por qué pero ese día comemos bien rico. Quizá es el gusto de poder elegir lo que a uno más se le antoje: croquetas del almuerzo de ayer, un pan con carne, o la mitad de un pache… La única diferencia con un gran manjar es que no hay repetición porque los platillos son edición limitada.

– Cuando nos disponemos a ver la televisión en familia, el espacio de descanso se reduce y hay que aprender a esquivar los pies de uno, el codo del otro, la cabeza de aquel. En nuestra casa hay una premisa: nadie puede ver tele acostado porque roba mucho espacio.

¿Estamos solos? Ustedes se imaginan la cantidad de sonidos que salen de nuestro dulce hogar. Tanto así que más de alguna vez, Renato y yo nos preguntábamos: ¿será que nuestros vecinos están vivos? No hacen bulla, vaa. Y un día que los angelitos durmieron un poco más tarde, Renato descubrió que la casa de la par sí estaba habitada y que sí hacían ruido. Lo que pasa es que con la voragine marimbera, todo se convierte en una sutil brisa.

Durante este mes, tendremos «casa abierta» para quien guste del bullicio o solo tenga curiosidad de ver cómo vive una marimba. RSVP. Con los autores de este blog… 

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.