Me imaginaba a Ximena llamándome ruca en lugar de mami; peleas interminables por las uñas, su espacio o porque le apagué el radio. La adolescencia todavía no ha llegado en toda su plenitud, pero creo que se verá aminorada por un as bajo la manga.
Desde que nació Sebastián, me pregunté ¿cuál será su por qué?, su misión. Poco después que nació el último marimbero, en una consulta médica, dedujimos que Sebas fue un milagro de los buenos. Y ahora lo corroboro. La preadolescencia de Ximena se ha visto amortiguada por su acentuado deseo de cuidar a su hermano. Lo cuida, le canta, le baila, lo carga, lo consiente… No digo que de repente no haga berrinches o se centre en sus caprichos, pero estos se han distanciado tanto que hasta se me olvidan mis miedos.
Lo que hasta ahora he vivido de la preadolescencia son los coqueteos ante el espejo, las colas torcidas, la ropa favorita que viste cinco días a la semana, su interés por los spa, sus diarios secretos y las cajas llenos de tesoros. Ahora, es más fácil que prefiera una agenda antes que un juguete.
Siempre di gracias por la vida de Sebastián, pero ahora elevo al cuadrado mi agradecimiento pues me ha permitido que (hasta el momento) me llamen amiga en lugar de ruca.
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La marimba anduvo de fiesta: Emilio cumplió 5 años y Ximena 10.