Llegó hace cuatro años casi al mismo tiempo que Sebastián. Desde el día en que se conocieron, todo pintaba que serían inseparables. Y así fue, así es. Resulta que nuestra marimba tiene una tecla más, y es quizá la más afinada y valiosa.
Ella es Rafita. Siempre que digo su nombre la gente piensa que es un hombre, un señor, un hermano, un tío… Pero no, Rafita es el apelativo cariñoso de Rafaela; el nombre de quien nos ayuda en nuestra casa. La verdad es que la conocemos desde hace 13 años. Ella ayudó a nuestra amiga Juanita a cuidar a Ximena y Fátima, nuestras dos primeras marimberas. Luego de ocho años, volvió y espero que sea para quedarse.
Ella cuidó a Sebastián desde que regresé a trabajar después del post-natal. Son el uno para el otro. A Sebastián le encanta cantar y a ella, aplaudirle. A ella le gusta escuchar Radio Estrella, y al Sebas le encanta predicar… Él es ocurrente y ella se tira las carcajadas con una facilidad envidiable. En lo único que discrepan es en el momento en el que Sebastián debe empezar el colegio: él ya se sube a las paredes y ella dice que aún está muy chiquito. Rafita no concibe nuestra casa sin la alegría de las canciones, risas e instrucciones de su bebé.
Rafita es siempre positiva, alegre, querendona… En un par de minutos, puede contarle a uno cinco años de su vida, todos los sueños que ha tenido durante una semana o sus recuerdos del terremoto. Es quizá la mujer más trabajadora y luchadora que conozco. Todos los días llega a nuestra casa a las 5:25 a.m., (luego de correr camionetas, atravesarse un barranco o en el mejor de los casos, cruzar un extravío); siempre aterriza sonriente, echándonos bendiciones a todos y presta y dispuesta para ayudar en el corre corre de la mañana. Después de 5 o 10 minutos de locura, el silencio reina y nos quedamos ella, Sebastián y yo.
La consigna es que se vaya a recostar en cuanto todo el mundo se va. Los días que yo salgo a reuniones le insistimos mucho para que lo haga; pero los días que trabajo desde la casa, a veces se resiste y no le agrada mucho la idea.
– Rafita, vaya a acostarse. Muy temprano para andar trabajando. Además, hay frío.
– Pero usted se va a quedar trabajando -me responde.
– Mmm… no, solo voy a desayunar y me voy a recostar. Teeeengoooo un suuueeeeñooo.
Esa frase me da credibilidad porque ella sabe que soy dormilona a morir. Y entonces se va a recostar, yo hago el mate que me voy al cuarto y luego regreso a trabajar en silencio. Pasa el día, y en la tarde hay que perseguirla para que se vaya a su hora.
En fin, de Rafita hemos aprendido muchas cosas: a ser más agradecidos con Dios. A cantar y rezar al mismo tiempo que se trabaja, a reírnos con ganas de la vida, a interpretar los sueños, a sembrar chiribiscos para que crezcan mejor nuestras plantitas de frijol…
Algunas veces, Sebastián la abraza y le dice: ¡Cómo te quiero!