Ximena y Fátima tenían clara la respuesta: para aburrirse. Las quejas eran continuas el sábado. ¿A qué hora va a dejar de llover? ¿Por qué no para la lluvia? ¿Qué podemos hacer? Para Nícolas la tormenta fue una buena oportunidad para dormir a pierna suelta. Pero, objetivamente, ¿para qué sirve una tormenta? La pregunta podría indignar, sobre todo cuando en los últimos días hemos lamentado la muerte de tantas personas. Pero he de confesar que la respuesta que encontré, aún me conmueve.
En mi hogar, dulce hogar; Renato, mis hijas mayores y yo pasamos este fin de semana por un proceso de maduración.
Las quejas de Ximena y Fátima se convirtieron en un silencio de asombro y sí, también de sufrimiento, cuando vieron las imágenes televisivas de los destrozos causados por Ágata. Normalmente, no las dejamos ver noticias porque creemos que aún no están preparadas para asimilar la muerte masiva a causa de la violencia y la corrupción galopante. Pero esta vez, sí. Intencionalmente, nos reunimos frente al televisor para enterarnos de lo que vivían miles de familias. La conclusión, al terminar el noticiero fue: hay que agradecerle a Dios que nuestro único problema este sábado fue el aburrimiento. Ellas, todavía nos vieron con escepticismo. Yo siempre he pensado que las bofetadas que te da la realidad, son de aquéllas que no puedes responder inmediatamente. De un momento a otro “tu suelo” desaparece y primero hay que encontrar un apoyo para después actuar. Creo que eso les sucedió a mis hijas.
El domingo por la mañana, aún se quejaban porque solo íbamos a salir a comprar víveres, a Misa y luego de regreso a nuestra casa. ¡Otro día de aburrimiento! profetizó Ximena. En la medida que avanzamos por la carretera y ellas veían los derrumbes por todas partes, ´la madurez avanzó. Podías verlo en sus rostros. No era simple curiosidad, era compasión.
En la bendición de la mesa a la hora del almuerzo, la acción de gracias se convirtió en una oración de petición. Ximena rezó: Jesús, gracias por nuestra comida. Te pedimos que ayudes a todas las personas que se quedaron sin casa y que están tristes. Y así en las oraciones antes de dormirse.
Luego, vinieron las preguntas. Fue Fátima la que lanzó las primeras: ¿Por qué Dios quiso que las personas se quedaran sin casa? ¿Por qué mandó esta tormenta? Explicar el tema del mal y del sufrimiento en el mundo no es cuestión sencilla. Así que exprimimos nuestra materia gris para responder a sus constantes planteamientos.
Hablaba también de un proceso de maduración de Renato y mío. Este se dio porque cuando las opciones de entretenimiento se reducen, los padres deben darse el doble para que los niños no se suban a las paredes. Hay que renunciar a los propios planes para echar a andar la maquinaria de la inventiva y jugar todo lo jugable y sugerir todo lo sugerible. De esa cuenta, Emilio y Anneliese se redescubrieron como hermanos, Nícolas se carcajeaba por el menor salto que diera cualquiera, Ximena y Fátima empezaron a escribir un cuento para participar en un concurso…
Pero el camino siguió. Creo que cualquier persona que ve sufrir a un semejante se plantea qué puede hacer para ayudarlo. Como familia, Renato y yo pensamos ¿cómo ayudar? Nos planteamos colaborar directamente con algunas personas cercanas que habían tenido problemas en sus hogares. Pero, por supuesto queríamos involucrar a nuestros hijos, por lo menos a las tres más grandes. Les planteamos donar sus ahorros. Las tres accedieron de buena gana, lo cual no quiere decir que fue una decisión fácil. Fátima lloró porque dijo que iba a extrañar a su cochinito. Anneliese lloró porque nunca encontró su alcancía, pero en las profundidades de una bolsa tenía un quetzal, así que lo dio. Ximena no dijo nada, pero sé que se planteó: ¿Qué pasará con nuestro viaje familiar planeado para septiembre? Esa era la motivación que alimentaba al cochinito.
Las alcancías serán sustituidas pues no queremos que pierdan el buen hábito del ahorro. El viaje, ya Dios dirá. Lo que sí puedo asegurar con plena certeza es que la compasión, la solidaridad y la caridad pueden acompañar la calma que viene después de la tormenta. Esa madurez ya forma parte del ADN, será imposible perderla. Así que, indudablemente, una tormenta sirve para mucho.