Un día de estos en los que amanecí y permanecí con mi cola de caballo, engañándome que me veía peinada, mi primogénita tuvo a bien decirme que ya debería ir a plancharme el pelo… Yo tragué saliva y le dije: sí, tienes razón.
En otra ocasión, Nícolas no me soltaba. Quería que fuera su pareja de baile toooda la noche. Yo pensaba en los platos sucios, en que me dolían los pies, en que debía arreglar el equipaje del día siguiente… Y él allí, con sus manos empalmadas con las mías, riéndose a lo lindo en cada vuelta, bailando sin ritmo y viéndome como si yo fuera la bailarina más experimentada del mundo. Su insistencia para “ailar” me hizo caer en la cuenta que estaba en la antesala del cielo y yo insistía interiormente en bajar a purgar mis faltas. ¿Por qué se me hacía tan trascendental ir a limpiar y a ordenar si estaba compartiendo un momento privativo (como diría Cantinflas) con mi hijo?
Y uno de esos momentos, en que mi conciencia me despierta con escándalo es cuando sumergida en las exigencias diarias, cualquiera de mis marimberos se me acerca, me da un beso y me dice “Te quiero, mami”. ¡Pucha y yo pensando en que la gasolina ya va por treinta y tantos quetzales! Yo queriendo que mis retoños sean niños ideales y ellos recordándome que todo debo pedirlo con modo, con cariño, con convicción… que vale más y sirve más la voluntad que la inteligencia. Que es más importante un cuadrado torcido pero hecho con entusiasmo que un triángulo isósceles perfecto pero manchado por las lágrimas de la frustración…
Urbano Madel diría gracias a los astros; Mercedes Sosa le agradecería a la vida que le ha dado tanto. Yo, quiero agradecerle a Dios por mandarme cinco conciencias que todos los días me hacen cri-cri.