La música ha terminado de invadir todas las moléculas de nuestros seres y de nuestro hogar. Ya, en Mozart viste de camisa negra dimos unas pinceladas sobre las preferencias musicales de nuestra marimba. Sin embargo, las cosas han evolucionado… para bien, digo yo.

Todos mis hijos siguen siendo unos entes musicales. To-dos. Yo los comprendo y agradezco que así sea. Aunque yo no sea una gran conocedora de la música, sí puedo decir que necesito de ella para concentrarme cuando estoy trabajando. El ritmo es algo tan indispensable para mí, como una computadora, un usb o, si no queremos tecnología, tan esencial como la serenidad y el buen humor en las situaciones laborales.
Sin embargo, sí creo que algo traen mis hijos en los genes para que les guste tanto la música. Mi papá y mi hermano Cristian son grandes conocedores de la música. Viven por ella, morirán con ella. En uno de esos almuerzos familiares, todos escuchábamos una play list del recuerdo. En eso, sonaron unos acordes. Empezó la canción ampliamente conocida por los mayores. Ximena sin titubear dijo: ¡Ah!, esa es la del Hombre Lobo en París. Mi hermano le dijo: Hoy sí, morena hiciste que mi corazoncito saltara… por lo menos algún chiquito sabe lo que estamos oyendo. 
Y es que el primer amor de Ximena ha sido la música. La cuestión se intensificó cuando se ganó un MP3. Es muy común verla de arriba para abajo con su aparatito. Allí están sus artistas favoritos, sus grabaciones a machetazos de la música de la radio que le gusta… El peor momento que ha pasado en este año es cuando pensó que el MP3 había fallecido.  Fátima siempre me dice: mami, no le cargues la batería del Mp3 a Ximena porque si lo oye se pone aburrida.  En efecto, Ximena cambia muchas veces los juegos infantiles por escuchar su música. Cosa que tampoco me agrada del todo, pero hemos tratado de ir orientándola para que no le diga adios a la fantasía de la niñez… y tampoco a la buena educación: debe liberarse de los audífonos en momentos clave de la vida familiar. Ahora, en época de clases, el Mp3 ocupa un tercer o cuarto lugar en su espacio mental. ¡Gracias a Dios!
Ahora, los demás aun cuando no sean tan aficionados a la música sí que tienen sus debilidades. La primera fase que se escucha cuando metemos la Marimba al carro, es «Papi, podes poner el radio… pero que sea la Radio Disney». Y allí se dan movidas de esqueleto, sueños románticos, dúos, tríos y demás.  Incluso Nícolas en cuanto oye música dice: ¡oca! ¡oca! Él ya se adelantó a pedir la primera maxi-complacencia: Loca, de  Shakira. 
Aterrizamos en la casa, y hay que poner orden para que lo primero que hagan no sea encender el radio, sino ayudar a recoger los productos de las mil batallas de la mañana o de una salida intempestiva por llegar a tiempo a cualquier lugar. Luego, cuando la casa está decente, las tareas hechas y demás necesidades cubiertas, entonces sí encienden la radio. Y entonces, puedes pasar por un pasillo y encontrarte a un niño bailando arrítmicamente, a otro haciendo su pase ¡para abajo!, ¡para abajo!, a otro frente al espejo con una paleta  como micrófono y moviendo el cabello para todos lados.
Cuando estaba embarazada de Nícolas adopté la costumbre de escuchar a Mozart, de 8 a 9 de la mañana. No sé si el niñiqui va a tener algún dote especial para la música, lo que sí sé es que se le facilita tararear. Cuando suena el Hierbatero, él sin problema canta al mismo ritmo aaa-a, aa-a, aaaaaa-a… o algo así. La cuestión es que sus hermanas esperan el momento del coro para verlo y gozarse su interpretación. 
Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.