A mis hijos, creo que les pasa algo parecido. Sin excepción todos están pendientes de él. Son niñeros dedicados y exigentes. Le dicen de todo: «Gordito feliz», «Sebas» y «Sebastiancito». Lo cargan y cualquier roce con él es considerado como un beso. Mueren por cambiarlo (menos cuando hace del 2, por supuesto), darle de comer y acompañarlo en sus horas de lucidez. Es el confidente ideal para sus penas y el mejor espectador para sus cantos.
Cuando una lectora recurrente de nuestro blog, leyó «El sol de nuestra marimba« me dijo que comentara por qué Sebatián era mi sol. Le di cuatro meses de vueltas y luego de este tiempo he concluido que: es mi sol porque iluminó mi sentido de la maternidad, ahora la vivo con peculiar intensidad, ahora entiendo que yo no tengo ningún mérito para ser madre de seis hijos… que la maternidad no es un derecho sino un regalo. Un regalo invaluable.