¡Los abuelos, aaay los abuelos!  Nadie puede definir bien qué rol juegan en una familia.  El diccionario de la Real Academia, pretende darnos un concepto certero, pero se equivoca. Los define como: “Respecto de una persona, padre o madre de su padre o de su madre”. Además de hacerme bolas al leerla, me parece que la definición se queda corta.

Los abuelos son aquellos seres incondicionales que pueden asumir cualquier papel, pero el que mejor representan es el de consentidor.  Para eso existen principalmente.

La mamá dice que no, ellos dicen que sí. El papá dice más tarde, ellos dicen ahorita mijito, no tengas pena. Los padres se miran, suspiran resignados y los abuelos sonríen triunfantes.

Mis hijos tienen la suerte de conocer a sus cuatro abuelitos. Las mayores incluso conocieron a su bisabuela.  Y cuando digo suerte, es estrella de la buena.  No hay por ejemplo, como sentarse a platicar con mis suegros para que a uno le den ganas de ser sabio. Pero sabio de verdad, no de libros sino de vida.  Sabia y savia en principio son palabras homófonas pero a mí me gustaría proponer que fueran sinónimas.  La savia, la energía para  saber vivir, es lo que a la hora de los temblores te hace sabia.

Bueno, pero sigamos con los abuelos.  Largos años de vida han logrado que mis suegros sean serenos, bondadosos, cariñosos y firmes cuando conviven con mis hijos.  Aún a sus años les gusta bailar al ritmo de la Marimba.  Normalmente, su casa es el centro de operaciones cuando mis hijos están en el colegio. Así que para la época de vacaciones, doña Linda siempre dice: “Voy a extrañar a mis muchachitos… A Nícolas tan obediente… no molesta mi muchachito… Y Emilio, tan bonito, no es perverso (sinónimo de travieso).  Don José, como buen sastre, tiene buen ojo para calcular cuánto han crecido. A veces comenta: “Ya creció Nícolas, antes pasaba por debajo de la máquina de coser y ahora se tiene que agachar”. 

Aunque no todos son rosas, también hay espinas; pues mis hijas deliran por mover la máquina de coser, ver cómo funciona el hilo, averiguar por qué da vueltas, ver de cerca las tijeras más grandes que han conocido, ir a averiguar qué flores hay en el cuidado jardín de su abuelito.   Aunque consentidores, al mismo tiempo son firmes. Le piden a Renato que les llame la atención si se han extralimitado en sus travesuras.

Ahora bien, mis papás son el opuesto. Sobre todo, mi mamá.  Es la abuelita más consentidora que he conocido. Cuando la veo defender a mis hijos ante cualquier “injusticia”, inevitablemente pienso: ¿Dónde está la madre que yo conocí? 

Los invita a la tienda aunque su mamá diga que no porque no almorzaron bien, los lleva al parque, se sienta a ver televisión con ellos, les inventa rimas que no riman y, como yo, se muere de la risa por cualquier trivialidad que mis hijos decidan hacer o decir.  Le gusta apapachar a Nícolas y a Emilio. Es la mejor aliada de Anneliese, cuando la mujercitita quiere maquillarse. Se desprende de todo lo que le pidan sus nietos.  Recuerdo que cuando mis hijos eran tiernitos y yo trataba de educarlos en los horarios para alimentarse, al oírlos llorar me decía: «Dale pacha, no seas ingrata… pobre criatura».

Mi papá es más afín a Nícolas y es que este se lo ha echado a la bolsa.  Lo saluda con puñito, le grita de un extremo a otro “apa” y cuida sus carritos de colección de los niños visitantes.

Y por si lo anterior  fuera poco, mis hijos tienen la suerte de contar con una especie de abuelita-segunda madre. Es la famosísima Mamá Juanita. La love story inició cuando ella fue la niñera oficial de Ximena, mientras nosotros nos íbamos a trabajar. La quiso y la cuidó tanto, tanto que ambas se adoran como madre e hija.  Cuando Ximena se pelea conmigo, me dice “Me voy a ir a vivir donde mi mami Juanita”.   Yo, por molestar, le digo «¿Te doy para tu camioneta?»

Luego, nació Fátima y lo mismo. La contempló como a su mismísimo retoño.  Los cuatro últimos ya no tuvieron la suerte de contar con sus cuidados, pero sí con su cariño. Las puertas de su casa están siempre abiertas para todos. En su casa, ninguna piñata empieza si “sus niñas” no están presentes. Nos extraña y nos vive diciendo… “¿Cuándo van a visitarme? ¿Por qué no me dejan a Nícolas? Yo lo cuido.” 

La mami Juanita es igual de consentidora y es la procuradora general de los derechos de mis hijos.

En fin, he de confesar que cuando estamos en nuestra casa, mandamos nosotros; pero en el terreno del «enemigo», mandan los abuelitos.

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.