Los niños son felices porque no conocen ni las irregularidades de la vida ni las de los verbos. Los adultos nos complicamos tratando de enseñarles la lógica del genio del idioma, como lo llama Alex Grijelmo, y ellos nos miran con las cejas arqueadas y levantando un poco los hombros, como diciendo: Buueeeno.
Irremediablemente, la lógica de los niños siempre resulta vencedora. Por ejemplo, es más cuerdo decir ¡Vayate! que ¡vete..! Esto lo aprendí de Emilio.
Además, con el idioma, los niños hacen maravillas. Fátima es la rimadora de nuestra marimba. No pasa un día sin que diga: Papi ¿esto y esto riman? Ximena, por su parte, heredó los genes de la ortografía. El año pasado participó en un concurso y quedó en tercer lugar. Un día en el que yo repasaba una clase de puntuación y vio que iba a enseñar el uso de los dos puntos, me preguntó ¿Y por qué estás viendo cosas para bebés? La interpelé con la mirada y me dijo: Sí, eso de los dos puntos es para bebés de 7 años (ella tiene 8) porque se debe usar en este caso y en el otro… No tuve más que soltar una carcajada, pensando en las notas que pondría a algunos de los ejercicios de mis alumnos universitarios.
A lo único que nos hemos resistido Renato y yo ha sido al uso de guatemaltequismos, pero por lo menos yo, ya me estoy arrepintiendo. Es una herencia cultural, ¿no? A veces uno quiere que sus hijos sean muy propios y digan dinero en lugar de pisto… pero esa sonoridad de nuestros localismos tiene su encanto.
También es útil para vivir entre infantes, conocer la lógica de sus elogios y siempre, preguntar el por qué. Mientras escribía esto, Ximena me observaba fijamente y me dijo: Sí que eres buena escritora... Mi corazoncito saltó y le respondí: Gracias, ¿por qué lo piensas? con toda sencillez me contestó: porque no miras al teclado cuando escribes…