Siquitibin a la bin von va…

Renato tiene toda la esencia para ser un coach. Es animado, alegre, optimista… Antes de salir de casa, les dice a mis hijos: ¡vamos equipo! Ante una situación complicada o frente el cansancio cotidiano, su invariable lema es: ¡lo estamos logrando! Me lo dice a mí, que normalmente pienso en todo lo que falta por hacer, los años por vivir, las penas por sufrir. Así que generalmente su frase se encuentra con mis muestras de incredulidad.

Sin embargo, para regocijo de Renato, a veces sus esloganes retumban en mi ánimo. Constantemente pienso (aunque no lo digo) que somos un equipo: Ximena le explica a Emilio temas de idioma español, Fátima se preocupa por todos, Anneliese se ocupa de jugar con sus hermanos pequeños para que no estén aburridos, Emilio le hace un favorcito a Fátima… Y así, vamos progresando en la vida.

Hace ya unos meses, fue el cumpleaños de Nícolas. Él pidió que lo celebráramos en su colegio. Eso supone pensar y ejecutar muchas cosas que la verdad no son mi especialidad. Piñata, dulces, sorpresas, pastel, desechables, refacción, bolsas con nombre, invitaciones. Es una realidad demasiado apabullante para mi concentración de pollo en estos temas. Unos días antes, Ximena empezó a programarme psicológicamente: ¿de qué va a ser la piñata? ¿le vas a hornear tú el pastel o lo van a comprar?, ¿qué van a dar de refa? Yo solo tenía una respuesta para todos los interrogantes de mi primogénita: No sé… (¿podemos dejar de pensar en eso?)

Pero no, no dejamos de pensar. Es más a las preguntas se unieron por lo menos otros tres de mis hijos. El alivio fue que también quisieron sumar su entusiasmo. Entonces, Anneliese ayudó a coordinar la llenada de la piñata, la distribución de dulces en las sorpresas, alguien me ayudó a hacer el pastel, otro más a armar la canasta para el día siguiente… Y así fue como a pesar de mi ánimo flaco, la fiesta de cumpleaños ¡salió! Como era de esperarse, Nícolas estuvo muy contento durante su celebración.

Pero, he de decir que hay situaciones muy ordinarias en las que el sentimiento de equipo también se hace presente. Hay bandos por ejemplo, para pelear. Dos contra uno, que luego se convierte en dos contra dos, hasta evolucionar al cuatro contra dos y finalmente, cinco contra uno.

Hay equipos definidos por Renato, quien acusa a Emilio, Nícolas y Sebastián de tener «mamitis» y entonces los acosa y molesta con ataques de cosquillas. Los equipos de fin de semana se hacen también evidentes. Seis niños contra su mamá cuando pretendo poner encargos y horario. Pero aquí, indiscutiblemente gano siempre yo. Hay equipos para bañarse, para escuchar música, para opinar sobre asuntos trascendentales, para pedir tal o cual receta para el almuerzo…

Hace poco nos mudamos. La verdad es que fue una mudanza rara porque la casa a la que nos pasábamos colindaba con las paredes de la casa anterior. Algunas cosas solo las pasamos por el techo. Bolsas con ropa, chunches livianos, trastos resistentes, todo eso se fue por el extravío de la pared. Ahora lo más pesado, lo trasladamos convencionalmente cargado. Fue una mudanza sencilla, hasta cierto punto. Pero creo que mucho del trabajo lo hicieron Renato y mis hijos. Todos empacaron, cargaron y ordenaron.

A veces me descubro preguntándome si mi vida sería más «sencilla» si hubiera decidido tener menos hijos, pero la verdad es que cada uno de mis seis retoños, afirman mi sentido de gratitud: gracias a la vida, que me ha dado tanto…

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.