No hay sensación que pueda compararse a la alegría que sientes cuando tus hijos corren hacia ti, luego de no haberte visto por algunas horas -generalmente las que transcurren en el colegio-. Parece una ligereza, pero a mí me emociona recibirlos cuando bajan de su carro-bus. El grito ¡mami! es más efusivo por supuesto en los más pequeños. En mis preadolescentes toda la alegría se las adivino en los ojos, porque su voz se reduce a un rarorirera.
Procuro siempre abrazarlos apretado, darles un beso y preguntarles cómo les fue. A cada uno le digo algo diferente: ¿Cómo estás mi vida? ¿Cómo te fue mi amor? Corazón ¿qué tal estuviste? Y así voy tratando de variar un poco. Generalmente cuando mis hijos llegan del colegio yo estoy trabajando en el comedor y tengo que hacer serios esfuerzos para quitarme la cara de velocidad y la concentración de pollo en mis asuntos. Es algo que me cuesta mucho, a veces lo logro y a veces no.
Últimamente he convivido con algunas mamás que comparten mi sistema o más bien, mi estilo de vida: trabajar desde casa o medio tiempo para estar cerca de sus hijos. Con todas coincidimos que es lo mejor, que hace la diferencia en la relación y comunicación con los hijos, que es una maravilla verlos crecer tan de cerca.
Sin embargo, siempre existe ese factor difícil que -por lo menos a mí- me hace cuestionarme y filosofar como si fuera una discípula de Descartes y su duda metódica. El pisto, pues.
Dejemos que si nos alcanza o no para lo esencial o para llegar a fin de mes. Esa es prueba superada. Todos los meses llega uno al último día de una u otra forma: gracias a chapuces, inventos, recortes presupuestarios, creatividad, ratos de oración hincados sobre maíces… y un largo etcétera.
Pero los papás siempre sueñan para sus hijos. Y por alguna razón, las mamás soñamos más. Queremos tener todas las pitas atadas para nuestros hijos, Las pitas del presente y del futuro. Y entonces a mí me entra una angustia y sigo con mi duda metódica de toda la vida. Y es allí donde parezco Gollum, el de El señor de los anillos, hablando con su Precioso:
– ¿Deberías mejor buscarte un trabajo de tiempo completo bien remunerado para poder tener más recursos y construir futuro para tus hijos y no vivir tan al día?
– No precioso, qué va a ser de tus hijos…
– Pero si allí está Rafita, que es tan buena y los quiere tanto. No llegas muy tarde o te estás con ellos el fin de semana.
– ¡Precioso, tienes razón! Pero… ¿qué pasó con la coherencia de tus decisiones?
– ¡El dinero, precioso, el dinero! Recuerda todo lo que sueñas: una casa más grande, oportunidades para tus hijos…
Bueno, qué puedo decirles. Los monólogos son continuos aunque no cotidianos. Pero últimamente, una frase ha cortado de tajo mis monólogos a lo Gollum: no se trata solo de construir futuro… la prioridad es construir el presente. Yo tengo el privilegio de trabajar desde casa, y esto me permite construir el presente: cultivar la amistad, abrazar a mis hijos, recibirlos cuando bajan del bus, almorzar con ellos, auxiliarlos en las tareas, arbitrar peleas…
El futuro ya vendrá y espero que lo podamos recibir unidos como familia. Hoy leí, además una frase que me encantó y me pareció increíblemente verdadera:
«No es posible una familia sin soñar. Cuando en una familia se pierde la capacidad de soñar, los chicos no crecen; el amor no crece, la vida se debilita y se apaga».
San Josemaría Escrivá de Balaguer.