A veces siento que la «tecnologilla» me succiona. Envidio a la gente que no debe cargar una oficina andante (léase celular con cuentas de correo configuradas por aquello de las emergencias laborales) y envidio aún más a quienes eso de tener cinco minutos de fama en las redes sociales les importa un pepino. De esa cuenta le he dado vueltas a la idea de qué papel debería jugar la tecnología en la vida de mis hijos. 

No quiero que sean unos rudimentarios, me interesa que le saquen provecho a la tecnología, pero, al mismo tiempo, me preocupa que su mente se disperse tanto como la de algunos universitarios a los que hay que repetir cinco veces una instrucción (Doy fe…) ¿Cómo lograr el equilibrio?

He intentado un método que, pienso, está dando resultado. Antes de recurrir a la tecnología, siempre se opta por lo tradicional. Es decir, antes de investigar en internet, buscamos en una enciclopedia de carne y hueso. ¿Pérdida de tiempo? De tiempo temporal, quizá; pero de tiempo intelectual, no. Esto ayuda a mis hijas a buscar en diversas fuentes y mejorar su capacidad de síntesis.   De esa cuenta, conocen los libros, la guía telefónica, las agendas…

En el entretenimiento también sucede. Hace poco tenía un dilema. Quería que les compráramos dos cosas: una tablet (de las versiones economicus, harmana)  y una bicicleta. Era obvio que debíamos elegir una de las opciones.  ¿Qué hacemos? ¿Qué les servirá más? La respuesta fue, lógicamente, una bicicleta. 

Seguiremos ahorrando para la tablet o por lo menos para una compu aguantadora, porque también he visto cuánto aprenden cuando se les orienta bien. Anneliese, por ejemplo, debía dar una conferencia sobre el elefante. Hicimos una pequeña investigacion, elegimos los datos más importantes y elaboramos un cartel. Mi sorpresa fue cuando hizo su ensayo en la casa, decía lo que había investigado; pero de la nada mencionaba datos, formas de vida y mil detalles sobre el elefante… Entonces recordé sus tardes de Encarta; cuando todos reunidos alrededor de una compu viejita aprendían sobre la naturaleza, el arte y demás gracias a vídeos y juegos de esta enciclopedia. 

Por el momento, la bici ya casi, casi es sorpresa. Nos falta comprar la de los varones…

Cuando alguien anda aburrido, su primera petición es ¿puedo jugar en el teléfono? A veces decimos sí, y a veces, les ofrecemos un libro para pintar, más crayones, plasticina, globos, Bancopoly… que fue un éxito, por cierto. 

En las redes sociales no han incursionado aún y me parece que lo harán dentro de varios años. Por supuesto que han oído de Facebook y lo que sus amigas o primas postean. Pero sucede que aún no tienen la edad… y aunque la tuvieran, creo que aún debemos forjar más su criterio y carácter para que se manejen con soltura en el mundo virtual. Hace poco leí sobre el castigo que una mamá puso a su hija luego que leyera una de las frases que había publicado. Le hizo escribir algo así como «no estoy preparada para estar en las redes sociales, bye bye«, le tomó una foto, obligó a su hija a subirla a su perfil y después cerró la cuenta. Dura ¿no? Yo habría castigado más a la mamá. ¿Por qué autorizó a su hija a estar en la red social si aún no tenía la edad suficiente? Ella misma fue cómplice de una mentira… ¿qué esperaba?

No sé, a veces quisiera que por un momento la «tecnologilla» parara, todos volviéramos a vernos a los ojos, a llamarnos para felicitarnos por nuestro cumple, a concentrarnos como pollos y no tener dispersa la atención. Me declaro partidaria del balance emoticones-emociones.
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Gracias a nuestros lectores por preocuparse por la familia Martínez. ¡El papá será guardián de un lugar y entonces tendrán una casa segura para vivir! Muchas gracias para los que compraron y entregaron víveres para la famiia.

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.