Tolkien: El hobbit, Frodo, Mordor, Sam, la arañotota, Niggle, el herrero de Wootton Mayor, Egidio y su sarcástico perro… ¡Cuánta imaginación por Dios!  Las buenas lenguas dicen que sus orígenes como escritor los debe en gran medida a las historias que les contaba a sus hijos.  Yo, en un inicio, dudé de esa teoría porque Tolkien es un talento excepcional y me costaba creer que esos nimios relatos que se cuentan viendo para el techo y cruzando los dedos para que los «angelitos» se duerman, hubieran sido el chispazo que encendió la llama.

Pero empiezo a creerlo. A vivirlo. Como todos saben, los cuentos son parte del alimento diario que reciben los niños. Cuando son bebés, más que cuentos recomiendan inventar canciones en las que se incluya su nombre. Luego crecen y necesitan, ¡exigen!, esa dosis diaria de imaginación. Piden que sus padres les creen y recreen ambientes, no porque ellos no puedan hacerlo, sino porque  les  resulta vital no sólo imaginar, sino también escuchar estímulos.

Confieso, que siempre he sido un poco aguafiestas en este tema. Aun sabiendo lo  de Tolkien. Cuando mis hijos eran bebés, en lugar de inventar canciones, sólo tomaba la letra de alguna y la aplicaba. Así nacieron, melodías como:

Pañalito de Ximena,
vamos todos a cambiar
porque si no esta nena
se nos va a escaldar.

O
¡Qué bonitos ojos tienes,
debajo de esas dos cejas!
¡Qué bonitos ojos tienes,
Nícolas Contreras!
Besar tus labios quisiera (bis)
Nícolas Contreras

Mis hijos, como saben amar, siempre sonreían. No les importaba que fueran canciones plagiadas. Con los cuentos, sí se ha dado una metamorfosis.  Al inicio, Renato y yo les leíamos los típicos: Caperucita roja, los tres cerditos, el patito feo…  Luego, vino el descubrimiento de los sencillos pero maravillosos cuentos de N’qtoqi (a la venta en Universidad del Istmo) y por último, la revolución: un libro llamado «De cómo el tigre aprendió a contar«.  Yo nunca comprendí por qué a mis hij@s les gustó tanto el bendito relato, pero lo cierto es que como era un libro de la biblioteca y lo teníamos que devolver; llegó el momento en que todos, en especial Anneliese, siguieron solicitando el cuento del tigre.  Entonces  no hubo más remedio que inventar.  He aquí nuestros títulos más connotados:

– El tigre que no tenía rayas
– El tigre y la canción de los números
– El tigre que hizo muchos amigos… y así, todas las situaciones habidas y por haber en las que podría estar inmiscuido un tigre. 

Al pasar el tiempo, Renato y yo nos fuimos soltando más, entonces empezamos a inventar nuevos personajes y ambientes: La abeja que recogía miel, la brujita que sólo comía fideos, el chocolatote que se derretía en el parque… Cada vez, nuestra mente se vuelve menos espesa y las aventuras locas fluyen con más rapidez y menos miedo.

Intencionalmente, procuramos estimular la imaginación, pero también las estrategias de pensamiento y las destrezas en la lectura.  Por eso, la narración del cuento se ve interrumpida por preguntas: ¿Cómo creen que solucionaría Chocolatote su problema? ¿Qué creen que le pasó a la Brujita por comer sólo fideos?..

Últimamente, mis hijos se han vuelto aficionados a los cuentos de miedo. No sé por qué… Pero como ya descubrimos que ni Renato ni yo somos tan oscuros como Edgar Allan Poe, entonces intentamos algo nuevo: oir Leyendas de Guatemala.  Aunque son de espantos y aparecidos, todos dicen que no les da miedo  y parece que así es. Aunque no se pierden detalle de lo que hace el Sombrerón, nadie ha despertado llorando porque cree que le va a llegar a hacer trenzas…

En conclusión, a las preguntas obligadas del día a día: ¿Qué vamos a cenar? ¿Puedo comprar algo en la tienda? desde mucho tiempo ya, se ha unido la de ¿Me podés contar un cuento?  A veces, el planteamiento causa desgano pero cuando observas los resultados, te animas y piensas que nunca estarás lo suficientemente cansado para educar y divertir a tus hijos a través de una historia. Además, ellos también hacen de las suyas. Anneliese se inventó un cuento que se llama: «El día que el sol no salió«, Ximena escribió otro con el título: «El camarón sonriente«. Fátima también narró una historia sobre la Virgen.

Sin embargo, siempre hay que estar alerta con los niños. Tú les das las herramientas y ellos pueden llegar a golearte. Por ejemplo, le presté a Ximena mi libro de El Principito. Un día, me explico algo que no entendí a la primera y le pedí entonces que me lo repitiera. Su respuesta fue: El Principito tiene razón, a los grandes hay que darles explicaciones de todo. La vi y me cuestioné: ¿Qué pensaba y decía yo a su tierna edad?

Soy mamá de seis hijos y directora editorial de Niu. Me confieso como lectora empedernida y genéticamente despistada. Escribo para cerrar mi círculo vital.