A los tres meses de haber perdido a nuestro tercer hijo, Dios nos premió con una nueva vida. Fue impactante. Como padres, nos sentimos fortalecidos. Por supuesto, el miedo rondaba nuestro espíritu pues lo que menos queríamos es que la tragedia se repitiera. No fue así.
Después de un embarazo placentero nació Anneliese. La tuvimos en nuestros brazos trece días antes que se cumpliera el primer aniversario de la ida al cielo de nuestro bebé. Verdaderamente, esto fue un consuelo. Sabemos que Dios no sustituye a los hijos, pero Anneliese sí que fue un oasis.
Los nueve meses de espera fueron peculiares. Nada de síntomas, molestias… Llegó el gran momento del ultrasonido y todo estaba perfecto. Supimos que era una niña. Y por eso mismo, yo creo que la personita que está en el cielo es una niña. Es una certeza que nada la hace tambalear. Bueno, la cuestión es que llegó el tiempo y Anneliese, igual que Fátima, no se decidía a nacer. Mi doctor me dijo que se tenía que provocar el parto. Como nuevamente teníamos que acudir al seguro social, llegué con mi cartita, me revisaron y esperé por los siglos de los siglos a que me trasladarán a las salas de trabajo de parto.
Al final, pasé. Me examinaron y… otro dolor inusitado. Anneliese no nacía porque no había encajado ni encajaría. Además, por los exámenes detectaron que tenía sufrimiento fetal inicial. Me practicarían una cesárea de emergencia. Yo sólo alcance a preguntar: ¿Está bien la bebé? La doctora me respondió: No podemos asegurarlo hasta que nazca. Entonces, una piedra se colocó en mi garganta aunque pensaba que no iba a pasar nada: Anneliese había sido enviada con una misión especial y no podía dejarla a medias.
Efectivamente, a la 1:05 a.m. entre la modorra de la anestesia, me dijeron «Señora, miré a su nena». Le di un beso, lloré dormida y luego no supe nada. Cuando me desperté, estaba sola en una sala. Le pregunté a alguien que andaba por ahí ¿Dónde está mi bebé? El ente corpóreo me vio y me dijo: No lo sé, señora, espere al doctor. Fueron unas horas largas que después tuvieron su recompensa.
Cuando ya estaba recuperada, me pasaron a una sala y me entregaron a Anneliese. Era un pedacito de gente, que apenas pesaba 4.12 libras. Chiquitita, delgaditita y soñolienta. Dormimos a pierna suelta las tres noches que pasamos en el IGSS. La única vez que intuí su carácter fue el segundo día, que lloró y lloró porque quería y no quería comer…
Es el sándwich de la familia. El lunar, en el buen sentido por supuesto. Es la única colocha, sigue siendo chiquitita… Tiene mi carácter pero elevado al cubo. Es quien tiene conquistado a Renato. Yo asumo que es porque él se encargó de su cuidado desde que tenía mes y medio, entonces la intimidad y el nexo entre ellos es mayor. Cualquier persona que la ve, puede enternecerse, pero bastan unas horas a su lado para darse cuenta que en esa misma personita co-existen el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Es una niña de cuidado: un poco mandona, decidida, sagaz, creativa y karateca; pero también, coqueta por antonomasia, abanderada oficial de su clase, amante de la soledad y la mejor mamá que las cucharas puedan encontrar.
En nuestra casa, es común ver una silueta que se mueve velozmente y pasa de brincar y retar a sus hermanos a echarse todo el perfume posible, verse en el espejo para pintarse los labios y hacerse un manicure.